Regina abrió los ojos a las once de la mañana y tuvo que mirar el reloj tres veces para entender que esa era la hora correcta. Había dormido doce horas. Sin embargo, ¿para qué se levantaba? Volvió a recostarse y se quedó dormida otro rato. Cierto…, las pastillas. Se saltaron el desayuno y fueron directamente al almuerzo. Pasaron un rato cerca del parque y al final del día cenaron en casa. Era más cómodo. – No puedo dar detalles – comenzaba diciendo Leo, porque, de verdad no podía dar detalles – mi cliente era el esposo. Quería arreglar las cosas, recuperar a su esposa, ser un buen padre. Se sentía mal por trabajar lejos y en la reunión me dijo que lo que más deseaba era no divorciarse. Entonces, llegó la esposa, acompañada de su nueva pareja. Regina se congeló. – Fue el caso más de

