Claire me ayuda a acoplar mi maleta en la parte trasera de mi camioneta y a cubrirla de nuevo con la chapa del maletero. Da unas palmaditas en el metal y me sonríe desde el otro lado. —Ve con cuidado y me llamas en cuanto llegues —tose como una loca y se limpia la nariz con un pañuelo. Saco una sonrisa. —Lo haré, tranquila —le aseguro. —Y más te vale estar aquí el sábado que viene —me amenaza apuntándome con su larguirucha uña—. Haremos lo que tú quieras. —Vale —digo con una risilla. Abro los brazos y me da igual que me pegue lo que persiste de su gripe, ya he estornudado un par de veces—. Te veo en una semana. Me estrecha con más fuerza y me menea entre sus brazos. Se queda de pie en la acerca y por el retrovisor veo cómo se aleja. Mi madre me ha asegurado que me espera en casa