CAPÍTULO 3

2053 Palabras
    Jennell bajó las escaleras con cuidado de no llevarse a nadie por delante y en cuanto llegó a la barra gritó al bar-tender. —  ¿Que te sirvo esta vez? — pregunta elevando la voz por encima del ruido.     Ella mira a los lados como si fuera a confesar que ha asesinado a alguien, pero finalmente se baja un poquito la falda en gesto nervioso, traga y mira al chico. —  Otra vez el pedido — se inclina tratando de bajar un poco la voz pero que pueda escuchar por encima del ruido—, un paño y anótame el otro pedido a mi cuenta.     El chico la mira preocupado y quizás si la hubiese tratado más, preguntara porqué o que había pasado, pero se limitó a asentir y servir el pedido colocando un paño en la bandeja y con una sonrisa conciliadora que Jennell no pudo corresponder entregó, y esta vez con cuidado de no tropezar con nadie y parando en los lugares como si hubiera un semáforo logró llevar sin tropezar a la mesa tres del VIP. —  Habías tardando algo, merci — dijo el rubio al verla, que parecía estar desconectado de la conversación como si le hubiese estado esperando con algo o un poco más de algo de irritación.     Ella inclinó la bandeja en la mesa y antes que pudiera ofrecerle el paño, él ya lo había tomado del lugar mientras que ella en silencio servía los tres coñac y la botella, todos se había habían quedado callados ante la molestia del chico, pero como si fuera normal retomaron la conversación como si ella no estuviera delante, la rubia no le miró y los dos morenos que acompañaban la mesa siguieron hablando de algún evento que estaría planeado para el fin de semana que se acercaba.     Cuando terminó de servir esperó unos segundos, pensando que quizás un gracias llegaría o algún pedido más, pero no recibió más que una mirada hostil por parte del rubio que parecía no perdonar el haber derramado las bebidas en su carísimo traje.     Jennell bajó y preguntándose cuando se descontaría de su paga siguió trabajando hasta que el bar cerraba a eso de las dos de la mañana.     Cansada y con los pies destrozados salió del bar y a pesar de que ya era una rutina irse caminando a esas horas, no podía evitar sentir el miedo que daba pasar las primeras cuadras a oscuras. Tomando aire a las afueras del bar, se encaminó a paso rápido por la acera.     No era mucho lo que llevaba cuando sintió que un carro se acercaba a baja velocidad y al pararse al lado de ella estuvo a punto de echar a correr si no hubiera visto al rubio bajar la ventanilla de algún coche caro que en ese momento no detalló por pánico algún a secuestro. —  ¿Quieres que te de un empujón a tu casa? — preguntó amable, por primera vez desde que le conoció, bueno, esa noche.     Ella se quedó quieta, pensando en si aceptar o no, después de todo, los lobos se disfrazaban de ovejas, y en algunas novelas que ella había llegado a leer antes de que su mundo se volviera patas arriba, los malos eran muy lindos, pero al fin y al cabo, eran malos. — No, gracias, voy cerca. — sin decir nada más volvió a caminar rápido.     Pero el auto no avanzó si no que siguió en marcha lenta a su paso. — Ya recordé quién ere s—Vuelve a decir el rubi —. Me detuve porque ver a una mujer sola en un lugar oscuro y peligroso no es muy común a menos que trabajes en estos lugares, claro—hace énfasis con su mano señalando con el brazo libre—, pero recordé que fuiste la camarera que me hecho las bebidas encima.     Ella rodó los ojos sin parar de caminar para susurrar algo. — No te he oído. — le grita el rubio como si estuvieran a kilómetros de distancia. — Que eres un grosero— dijo con obstinación parándose frente a la ventanilla de conductor—, y ahora, puedes largarte.     El rubio movió sus espesas cejas y con una sonrisa que no podía ver bien Jennell asintió. — ¿De verdad? No fui yo quien le estampó una cubeta de hielo a un desconocido —callo un momento —, y que por cierto, ni si quiera se disculpó. —  No me dejaste hacerlo. — ¿Tú crees? Yo creo que hubo tiempo cuando trajiste el paño. —  Como sea, puedes irte. —  Eso haría, y mira que ganas no faltan, pero no suelo dejar a jovencitas tiradas en un lugar peligroso —miró el lugar con preocupación—, ahora sube que si no, me pones en peligro a mí también. —  Estoy bien.     Vuelve a caminar y el carro le vuelve a seguir el paso. —  ¿Cuánto quieres por subir al carro y dejarte llevar al estúpido lugar en el que vivas? no puedo dejarte aquí o mi conciencia me matará.     Jennell al escuchar nombrar dinero se detuvo, al diablo si era correcto o no, necesitaba dinero para pagar las bebidas que había derramado ese día y quien sabe cuánto costarían y no podía darse el lujo de facturarlas ella cuando tenía tantos gastos encima. — No quiero tu dinero exactamente —miró hacia los lados, como si en le estuvieran mirando—, por motivos que no te importan, no tengo el dinero para pagar las bebidas que derramé en lo que aseguro, tu costosísimo traje y no me puedo permitir facturarlo, si lo pagas, voy contigo. —  Tienes mi palabra. — ¿Qué me asegura que no te perderás sin haber pagado nada? —le pregunta Jennell con escepticismo. —No creo que haya forma de probarlo, así que deberás creer —Muestra todos sus dientes en una sonrisa de tiburón—, ten fe.     Jennell rueda los ojos con fastidio. —La fé es para los creyentes. —No soy un Dios, pero vale la pena creer en mí cuando prometo algo. —Ajam.     El abrió la otra puerta mientras ella rodeaba el auto, y de lo más incómoda se subió al asiento de copiloto. —Increíble como ahora hay que pagar para ser caballeroso, en mis tiempos no pasaba— bromeó a lo que Jennell solo hizo una mueca. —Algún movimiento raro de tu parte y te advierto que llevo un tasser conmigo. —advierto ella con seriedad. —Tranquila—le da una mirada de arriba abajo sin interés—, no eres mi tipo. —Qué bueno, tú tampoco eres el mío. — ¿Me das tu dirección para irnos? —él tiene las dos manos sobre el volante y da toquecitos con sus índices en él sin ritmo. —  Es por la 324 Gadrens. —ella espera alguna queja de él por llevar su carro a una zona bastante baja y algo peligrosa, se sorprendió de que no dijera nada o mostrara algún gesto de fastidio. — ¿Llevas mucho tiempo trabajando en el bar? —El rompe el silencio. — Algo. —  Ah... ¿y no debería el bar facturar las bebidas y no tú? —pregunta sutil, como si le hablara un gato enfadado y la verdad es que parecía un hombre distinto al del bar. —  No. —  Eres muy conversadora, me aturdes. — vuelve a bromear sin apartar la vista de la carretera y cuando vio que no iba a hablar dejó de insistir para colocar una canción y opacara el silencio incómodo.     Minutos después estaban entrando a la calle. —  ¿El número de casa? — preguntó bajando el volumen mientras los focos del carro alumbraban las calles oscuras y deshabitadas. —  Puedes dejarme en esa esquina. —señaló un póster que emitía una luz tenue con voz baja, sintiendo una repentina vergüenza del lugar donde vivía. —  Puedo llevarte a casa de una vez. — se ofreció él aún sin avanzar a la esquina, a lo que ella negó con suavidad. — No, te lo agradezco, pero no quiero tener problemas luego — miró al fondo de la calle— podrían pensar que salgo con alguien de dinero y terminaría secuestrada y ahí si me iría mal.      Trató de bromear pero al darse cuenta de lo que había dicho, se volvió colocar seria y bajando del carro ella misma dijo un gracias en la ventana y dejó al rubio desconcertado. (…) Ancel.     La miró caminar por la cera hasta que desapareció en la oscuridad que no llegaba a tocar la luz del carro, se preguntó si mejor le seguía para asegurarse de que estaba bien, pero finalmente terminó por aceptar que no era problema suyo y lo mejor era largarse del lugar cuanto antes.     Condujo de regreso a su casa, no sabía por qué había aceptado salir esa noche, pudiera ser que se había dejado llevar por la insistencia de Ray, desde que había empezado a trabajar con él en el bufé de abogados no paraba de mencionar una noche para “socializar”. No creía volver a volviera a hacerle caso, bastante había aguantado, estaba fuera de sus cabales por algunos tragos demás, había llevado a sus otros dos amigotes de pacotilla y una rubia que de lejos se veía oxigenada, y no es que tuviera algo en contra de las oxigenadas, era algo en contra de las mujeres que no entendían un no. Un simple no. No había dejado de acosarlo en todo el rato que estuvo con ella y la gente piensa que los hombres no sufren de acoso, pensó mientras llevaba una mano al reproductor y dejaba que la primera canción en rock pesado le sacara esa mala noche.     No solo había pasado un mal rato si no que había discutido con Mel, su “novia”, la cual en realidad era su mejor amiga, hacía unos tres meses desde acá había estado haciéndolo fingir tal cosa para evitar los líos que sus padres le venían trayendo, con unos padres homofóbicos ya estaban empezando a creer que ella era lesbiana simplemente por no tener pareja, era estúpido, sí, pero él sabía cuan fuerte eran las discusiones y los muy bravos le habían puesto un límite de tiempo para que buscara pareja o empezara a salir con alguien, o si no, era hora de que buscara otros horizontes por sí misma, y aunque Melanie ya tenía edad para hacerlo tenía miedo de hacerlo de un segundo a otro sola, así que ahí estaba él, fingiendo ser su novio mientras ella planeaba y resolvía que hacer con su vida, tendría libertad, sí, ya no tendría a los padres controladores encima pero tenía que empezar a ganarse el pan ella misma. Y conociéndola, le iba a resultar difícil, Mel era un alma frágil, amable, bondadosa y demasiado buena para el mundo, en este mundo su madre venezolana le diría, pendeja.     El asunto es que él le había dado una leve insinuación de apurada porque esos meses que llevaba fingiendo ser su novio, había tenido que calarse a sus padres todos los fin de semana, sus charlas fuera de contexto y su relación de amigos se estaba volviendo algo incómodo y obligatorio más que otra cosa, además, no es que le fuera vital pero esos meses en castidad empezaban a ser mella en él.     Por algún motivo recordó a la morena que había dejado minutos atrás, tenía proporciones donde tenía que tener, pero su delgadez, eso no era sexi, habían unas delgadas bellas, pero su físico parecía más enfermo que otra cosa. Se reprochó así mismo por haberla tratado así cuando le echó encima esas bebidas más frías que el culo de una rana, pero es que venía de discutir con Mel, la rubia oxigenada no se le bajaba de encima, Ray no hacía nada más que decir babosadas y esos amigos que había sacado de sabría el diablo no hacían más que chuleárselo. No era excusa para su comportamiento, pero no pudo evitarlo. Meneó la cabeza mientras miraba el semáforo cambiar de color y se permitió unos segundos sentir remordimiento, solo unos segundos porque después, empezó a tatarear la letra de la canción que sonaba a mucho volumen en su carro.
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