Golpean la puerta sin descanso. Con cada golpe, la madera vibra y el marco tiembla. Retrocedo hasta pegarme a la pared. No puedo hacer nada, van a entrar. Un nuevo golpe provoca que la puerta ceda y termine colgando de una bisagra. — Aquí estás — afirma. Son tres hombres de unos cincuenta años aunque aparentemente bastantes más. — Nos ha costado bastante dar contigo — vuelve a hablar el que parece el cabecilla. Tiemblo de pies a cabeza en unos movimientos incontrolables. No sé cómo ni porque, pero sé lo que va a ocurrir. Se acerca sin ningún miramiento, me agarra por los brazos y tira de mí para obligarme a andar. Tiene los dientes podridos, negros y rotos. Aparto la mirada para quitarme la imagen. Los otros dos hacen todo lo que dice. Es el que manda. En cuanto salimos al pasillo sa