Cuando llegamos al negocio de su madre, me sorprende ver que no es para nada lo que me imaginé, incluso la mujer. Siempre pensé que los que tiraban las cartas se vestían como gitanos, con decoraciones extrañas y una mirada de miedo, pero esto es todo lo contrario. Para empezar, el local ni siquiera está adornado. Simplemente tiene un cartel que dice "Tarotista". Hay una mesa redonda con un mantel blanco en el medio del pequeño recinto, y la señora que se acerca a mí con una sonrisa dulce y vestida con unos simples pantalones de jean y una camiseta rosa no parece para nada gitana. —Buenos días, yo soy Cristina —me saluda. Estrecho su mano devolviéndole la sonrisa. —Marisa. —Ya lo sabía, mi hijo me habló sobre vos —dice entre risas. Miro a Alejandro, que se sonroja, y no puedo evitar reí

