Desperté y la sentí entre mis brazos, otra vez… como cada una de las mañanas que despertamos juntos en Francia, no quería ni abrir los ojos por miedo a despertarla aun con el mínimo movimiento. Se me estaba haciendo costumbre, aunque sabía que al pequeño Diez le iba a molestar tener que dormir solo en la cocina, tener de nuevo alguien que ocupe ese lugar vacío por tantos años al costado de mi almohada… alguien que me ame tanto como ella me ama y con un amor sincero como el que ninguna mujer me tuvo jamás… como el que jamás tuve por ninguna mujer. No sé si algún día pueda describir lo feliz que me hizo tenerla entre mis brazos. Lo feliz que me hace cuando me mira, cuando me acaricia… Mis labios inconscientemente rozaron los suyos y abrí mis ojos para disfrutar de ella mientras dormía... a