Estoy sentada en una mesa junto a la ventana del elegante y cogedor restaurante Perch en Pershing Square. Es un lugar tranquilo en medio del caos que es la ciudad. Frente a mí se encuentra Zac, con su sonrisa radiante, contagiosa y sus ojos brillantes de entusiasmo, gesticula mientras habla, transmitiendo energía con cada palabra. —Entonces, ahí estaba yo —dice, moviendo las manos para enfatizar su historia—, un chico de veintidós años, sin experiencia alguna, intentando convencer a un editor de que me diera una columna. ¡Te juro que no sabía ni cómo sostener una grabadora! Me rio genuinamente divertida porque se lo que es eso, aferrarte a la oportunidad de tu visa y demostrar que eres malditamente buena. Semas de que Zac tiene una facilidad para envolverme en sus relatos, haciéndome olv