2. Una oportunidad de oro

1715 Palabras
[Julien Debois] —¡Julien, amigo! —me grita Jacques, que viene llegando de la mano de dos chicas hermosas, con vestidos diminutos y brillantes. —Jacques, te veo muy bien acompañado —comento y las dos chicas sonríen ampliamente ante mi halago indirecto. —La morena es mía —me susurra al oído, por lo que le doy una rápida mirada a la rubia y asiento. —Me parece perfecto —. Sonrío de medio lado y me acerco a la chica. Nos quedamos hablando un rato los cuatro, aunque de nada interesante, sino sobre la fiesta de aniversario en la que estamos, de una de las productoras de cine más importantes del último año. A la compañera de mi amigo se le ocurre que hagamos competencias bebiendo y Jacques, con tal de no perder la oportunidad de llevarla a su cama, está de acuerdo con ella y me insiste, aunque yo tampoco me hago de rogar, ya que vinimos precisamente a divertirnos. Trago tras trago empieza a bajar por mi garganta, llegando al punto en que ya no siento que queme al bajar, por lo que con mayor rapidez puedo beber, ganándole a mi amigo, quien consigue un beso devorador por parte de la morena, como premio de consolación. Me río al verlos, pero cuando giro mi cabeza, la rubia que está conmigo me está mirando con lujuria, lo que me avisa que es momento de salir de acá. —Creo que quiero darte tu premio por ganar —me dice coqueta y la miro con interés, al tiempo que la acerco a mi cuerpo, agarrándola por la cintura. Nos besamos comiéndonos nuestros labios y cuando nos separamos, veo como sus grandes senos suben y bajan a punto de estallar el corpiño de su ajustado vestido. —¿Vamos? —pregunto y ella asiente, al tiempo que muerde su labio. Me acerco a su oído, para que escuche claro lo que le diré a continuación y si está de acuerdo, salimos de acá —. Vamos a tener sexo hasta que caigas rendida, pero no vamos a dormir juntos. ¿Entendido? —le digo claro y ella asiente. —¿Hasta que caiga rendida? —me pregunta y le guiño un ojo —. Perfecto, porque muero de hambre —dice como si fuera un ronroneo, haciendo que mi entrepierna reaccione, por lo que mi mano en el bolsillo me ayuda a reacomodar mi pantalón. Volteo para ver a mi amigo, quien sigue pegado de la boca de su chica, así que muevo mi mano al frente suyo en señal de despedida y él me responde igual, para después volver a cerrar sus ojos y continuar. La situación no me dio tiempo de pedir por un conductor elegido que me lleve a mi apartamento, por lo que salgo con la rubia colgada del brazo y detenemos el primer taxi que está en la fila de espera frente al bar de la fiesta. Las manos de la rubia no dejan de recorrer mi muslo, aprovechando siempre que sus largas uñas rozan levemente mi entrepierna y ya es notoria mi erección, la cual solo intento cubrir del conductor. Finalmente, cuando llegamos a mi edificio, siento un alivio inmenso, porque apenas entremos a mi apartamento podré empezar a liberar toda la tensión que traigo desde el bar. La rubia mira todo con asombro, aunque intenta disimularlo, por lo que internamente volteo mis ojos y le ofrezco un trago de alguno de los licores que tengo, pero su respuesta es saltar a mis brazos y empezar a devorarme la boca. —Excelente elección —contesto con voz ronca y sin esperar más, la llevo hacia la que es la habitación que uso para momentos como este y que está siempre lista para ser utilizada. Lo primero que hago es liberar sus pobres senos de entre ese apretado vestido y empiezo a besarla completamente, para darnos rienda suelta a una noche más entretenida, que la misma fiesta. (…) Me incorporo y me siento en el borde de la cama, mientras miro alrededor, buscando mi ropa y la de la rubia que está acostada a mi lado. Agarro mi bóxer y de un salto me lo pongo, para después acercarle a la chica su vestido de lentejuelas. —Es tiempo de irte… Se hace tarde y quiero descansar —le digo, despertándola. —Ay, cariño… Mejor ven para acá y duerme conmigo —me pide y levanta las sábanas, para que vaya a su lado, por lo que inmediatamente chasqueo la lengua. —Vístete y vete. Ya te llamé un taxi, está paga la carrera y sabes que no duermo con nadie, así que, bonne nuit (buena noche) —le digo serio y sin titubear. Ella me mira indignada y se levanta bufando de la cama, agarra su vestido de mala gana y se va hacia el baño para vestirse. Salgo de la habitación, para ir a tomar algo a la cocina y mientras bebo un vaso de agua, ella pasa por mi lado, bufando y cierra la puerta de un golpe. Me está doliendo la cabeza, así que busco dentro del gabinete de la cocina una pastilla para el dolor y otra efervescente para el rebote que estoy empezando a sentir, a consecuencia de todo el trago que tomé esta noche en esa fiesta y eso que, pude salir antes del final, gracias a la rubia, de la que no recuerdo ni el nombre, pero que cayó rápidamente ante mis encantos… Lo malo es, que por más que desde un inicio les deje en claro cómo son las cosas si deciden venir conmigo, parece que se les olvida o creen que estoy bromeando, lo que desencadena situaciones como la que acabo de vivir. Una vez termino de beber el agua, camino hacia mi habitación, la cual se encuentra en el final del pasillo, un lugar al que nadie más que yo y Jannet, la mujer que me ayuda con el aseo, llegamos. Está perfectamente arreglada, con la cama tendida y el olor de mi colonia en el ambiente. Voy hasta mi armario y saco el pantalón de una pijama, el cual me pongo rápidamente y me acuesto a descansar unas cuantas horas, antes de tener que ir a encontrarme con Jacques y hablar de negocios. (…) —¡Merde! (maldita sea) mi cerebro se va a estallar —se queja Jacques, haciéndome reír. —Anoche tú eras el más emocionado con la competencia —le recuerdo y él hace una mueca. —Pero valió la pena —dice con picardía y me guiña un ojo. —Lindas chicas, pero no vinimos a hablar de eso, sino de negocios —comento y él asiente, mientras le da un sorbo a su café n***o. —¿Conoces el Teatro Tespis? —me pregunta y lo miro confundido, ya que no entiendo cómo es que hace una pregunta tan estúpida. —Obviamente lo conozco. Creo que nadie en esta ciudad, puede decir que no lo conoce y mucho menos alguien como nosotros que estamos en el mundo del espectáculo —respondo con obviedad y él se ríe. —Pero te apuesto a que no sabes, que el dueño está mal de salud y está pensando en venderlo —me informa y ese dato, definitivamente no lo conocía, por lo que echo mi cuerpo hacia adelante con interés, para que siga hablando —. Podrías comprarlo —sugiere, así que me quedo pensativo. —Creo que no voy al teatro hace mucho tiempo —comento con picardía y mi amigo me mira con los ojos entrecerrados. (…) —Buenas tardes, mi nombre es Julien Debois y vengo buscando al maestro Alexandre Betancourt —le comento a la mujer mayor, que está sentada tras un pequeño escritorio. —¿Tiene cita? —me pregunta y yo niego —. Entonces tendrá que sacar una. —Por favor, infórmele que me encuentro acá y le conviene atenderme, todo por el bien de este lugar —digo con seguridad, mientras con mis manos señalo el espacio que nos rodea. La mujer me mira pensativa, pero parece que entiende a lo que he venido, por lo que agarra el teléfono y llama a su jefe, avisándole de mi presencia en el teatro. Me alejo un poco de su escritorio, dándole un poco de privacidad, ya que permanece en la llamada por varios minutos. —Alexandre lo atenderá, pero usted tendría que ir a su casa, ya que no se encuentra en el teatro —me informa y eso me toma desprevenido, ya que esperaba encontrarlo acá, sin embargo, si quiero lograr mi cometido, iré a dónde sea necesario. —No tengo problema con eso. Por favor, deme la dirección del maestro —le pido a la mujer, quien inmediatamente agarra un papel adhesivo que tiene sobre el escritorio y escribe lo que le solicito. Me lo entrega y al revisar, no es muy lejos, por lo que en unos veinte minutos me encontraré frente al señor Betancourt. —Es usted muy amable. Tenga un feliz día —me despido de la mujer, quien me sonríe amable. —Adiós, señor Debois. Introduzco la dirección en el sistema de navegación de mi auto, logrando así llegar en quince minutos a mi destino. Bajo del auto y antes de ir a timbrar ante la gran casa de estilo colonial, reviso mi traje y cabello en el reflejo del vidrio polarizado. Timbro y una joven mujer abre la puerta, me presento y al escuchar mi nombre, me da acceso a la casa, la cual es igual de hermosa por dentro, que por fuera y deja en evidencia el gusto por el arte, que tienen los dueños. —Señor, Debois. ¿A qué debo su visita? —me pregunta un hombre de edad, con un semblante entristecido. —Maestro. Qué gusto conocerlo —. Me acerco a estrechar su mano en un grato saludo —. Me atreví a venir, porque a mis oídos llegó la información de que va a vender el teatro, así que he venido a hacerle una propuesta, que creo le parecerá mejor. Es una oportunidad de oro, tanto para usted, como para mí —le digo y noto interés su mirada —, deseo ser socio.
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