Minerva oyó el despertador entre sueños y abrió los ojos. El sol estaba alto y la claridad iluminaba toda la habitación. Se desperezó, sintiendo un agradable cansancio en todo el cuerpo y todos los músculos doloridos. Apagó el reloj y volviéndose miró a Stefano, que no había dado señales de oír el timbre. Dormía plácidamente con la sábana cubriéndole apenas las piernas y la expresión relajada de un niño feliz. Ella también se sentía feliz. Había sido una noche inolvidable y había descubierto un Stefano desconocido para ella, el que Bianca describía cuando hablaba de él. Un Stefano tierno y cariñoso, que le había hecho sentir sensaciones que nunca siquiera había imaginado, al que se había abierto con toda su alma y su cuerpo sin ningún pudor ni vergüenza. Además del placer físico que