El barón Jonathan Arnold estaba nervioso, ninguno de los hombres que envió para asesinar al duque Aldrich volvió, el tiempo transcurría, era la hora en que debía enviar una carta dirigida al palacio en la que informaba la muerte del duque, pero no podía hacerlo hasta tener la confirmación. Según sus cálculos, la única persona que pudo interponerse en sus planes, era su padre, el conde Andrés Arnold, él visitó el hospital un día antes y se fue misteriosamente, sí lo conocía bien, debía ser él quien intervino – papá. El conde se levantó, giró el bastón en el aire y le dio un golpe de lleno en el rostro de su hijo – maldito descarado, ¿en qué demonios estabas pensando? – el segundo golpe fue en la espalda, en la pierna derecha y después en el trasero. Jonathan movió las manos para cubrirse