Feliz Aldrich no era conocido por ser un hombre paciente, dada su posición y la responsabilidad que tuvo que asumir, la paciencia no era una cualidad que apreciará, menos en ese tipo de situaciones. Andrés se arrastró por el suelo, su pierna sangraba y tenía un golpe en la mejilla. – Prometieron no lastimarlo – dijo Priscila. El señor Aldrich volteó a verla – no fuimos nosotros, Edith, llévala arriba, no tiene que estar aquí. Edith tomó las manos de Priscila – cariño, ven – trató de llevársela. Un caballero acomodó al señor Román sobre una silla y él miró con los ojos muy abiertos. – Escuché que estaba muerto. El duque se burló – escuché lo mismo de ti, falleciste en el atentado en contra del emperador y tu familia recibió una gran compensación, pero estás vivo y has estado escondié