La mansión era hermosa, un lugar acogedor con una vista estupenda sin dejar de ser elegante y con tantos pasillos y habitaciones, que no tenía que preocuparse por toparse con su esposo.
Silvana la amó desde el primer segundo – Elsa, ¿escuchas eso?
Su hermana miró el jardín – los pájaros tienen un canto muy armonioso, alteza.
– Eso no, ¿lo escuchas?
Elsa dudó – es…, el sonido de las olas en el lago, hermana – susurró – no soy adivina.
– ¡El arpa! – respondió Silvana muy entusiasta – ¿escuchas el sonido del arpa?
– No.
– ¡Exacto! – se emocionó – no hay emperatriz, tampoco un emperador o una princesa adorable e inocente, nadie a quién saludar en los pasillos, a quién seguir para darle un reporte completo de mis actividades o alguien que critique el tamaño de mi cintura, ¡no está!
Elsa
