Antes de que la humanidad contabilizara el tiempo, en una época marcada por las creencias y el misticismo, existió el temor a los dioses. Diferente de cualquier otra época, en aquellos años los seres humanos responsabilizaban a los dioses por cada pequeño acto de la naturaleza, los terremotos, erupciones volcánicas, tormentas, la lluvia, los eclipses y la salida del sol, cada uno de ellos ocurrían porque un dios así lo decidía. Sin importar cuánto se esforzaban los elementales por advertirles a los seres humanos que no se asentaran junto a volcanes activos, ellos creían que mientras completaran sus rituales, los dioses mantendrían el volcán dormido. Y en esa época, existió una mujer. En las noches de luna llena las oradoras del templo la desvestían y pintaban sobre su piel las runas apr