Una luz se encendió en la habitación, pequeña y destellante, lo suficientemente clara como para despertar a Carolina Daemonium y forzarla a levantarse para estirar la mano hacia la espada que descansaba sobre la cómoda.
A sus casi setenta años Carolina Daemonium ya no era tan rápida, sostuvo el mango, apretó los dientes y apuntó a la figura en la habitación – ¿quién? – preguntó al notar que la ropa de aquel hombre se perdía entre las sombras y que en el rostro llevaba un tatuaje con líneas entretejidas, su presencia la hizo sentir pequeña y bajó su espada – todavía no es mi hora.
El dios de Otoño caminó hacia ella – la decisión ya fue tomada.
El corazón de Carolina se contrajo – son muy pequeños, la diosa de la tempestad dijo que tendríamos tiempo para prepararlos.
– Y lo hiciste – le
