Alejandro se queda sentado en su despacho, con los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza entre las manos. El silencio del lugar es sofocante. Desde la rueda de prensa hasta ahora, su mente no ha dejado de dar vueltas en círculos.
Todo se mezcla en su cabeza: el rostro severo de su madre, el acta de divorcio firmada por Valentina, los murmullos de los periodistas, el eco de las acusaciones. Una y otra vez se repite lo mismo: no puede ser cierto.
—No… esto tiene que ser un malentendido —murmura para sí, apretando los dientes—. Algo aquí no encaja.
Siente la piel de las manos arder de tanto restregarlas contra el rostro. En su pecho se instala una mezcla de rabia y desolación. ¿De verdad está divorciado? ¿De verdad su madre, la mujer que siempre le exigió ser fuerte, ahora se ha puesto
