Declan revisa su celular una y otra vez durante la reunión del consejo. La pantalla sigue en silencio, sin una sola notificación de ella. Suspira, lo deja sobre la mesa y se frota las sienes, cansado. Su impaciencia es evidente. Varios de los directivos intercambian miradas entre sí, desconcertados. Nunca habían visto a su jefe tan distraído. Declan siempre es impecable en las juntas mensuales, detallista, firme y atento, pero hoy parece estar en otro lugar. Con un gesto discreto llama a Bruno, que está de pie detrás de él. El asistente se acerca de inmediato. —¿Tienes algún mensaje para mí? —pregunta Declan en voz baja, con el ceño fruncido. —No, señor. No tengo ningún mensaje. —¿Estás seguro? Es más de mediodía y Helena no ha dicho nada. Le avisaste que estaríamos en junta, ¿verdad?

