El beso se intensifica con tanta fuerza que Sofía siente que el aire se le escapa. Emilio la sostiene por la nuca, sus labios se entrelazan con los de ella de manera desesperada, como si no existiera un después. En algún punto, la camisa que recién se había puesto desaparece entre las manos de Emilio, y sus dedos se adentran en el vórtice de sus muslos. El contacto la hace arquearse de placer inmediato, un gemido se escapa de sus labios sin poder contenerlo. —¡Oh, Dios! —Sofía gime ruidosamente sin poder contenerlo. Hace mucho que Sofía no se siente así con alguien. Había tenido relaciones en el pasado, algunas más largas que otras, pero la mediocridad era lo que recordaba de esos encuentros: hombres apresurados, egoístas, incapaces de comprender que el placer también debía ser compartid

