Karen miró nuevamente al pelinegro delante de ella y por enésima vez, puso los ojos en blanco. Había decidido no creerle y él aún seguía allí, insistiendo en algo que a su parecer, no tenía revés. Soltó un hondo suspiro, pensando en hundir nuevamente sus esperanzas con ella. —Martín, ya te dije que no… —Karen, por favor no me rechaces —suplicó el pelinegro, a punto de ponerse a llorar—. Sé que es difícil que creas en mí, pero te juro que lo que siento es sincero y no quiero perderte. No lo acepto. —No puedo creer que estés aquí, con ese ridículo ramo de rosas y un anillo —dijo ella de manera seca y sin contemplaciones—. Dijiste que eso nunca iba a pasar, que tú no eras de los que se casan. —¿Qué otro remedio me queda contigo? —dijo el pelinegro de manera sincera, ganándose una mirad