Ricardo rodeó con sus brazos a una muy alterada rubia, que en esos momentos, no tenía cabeza para ponerse a pensar en quién la estaba abrazando.
Quizás si no estuviera tan devastada, le habría dado un rodillazo donde más le dolía. Pero sólo trataba de ser fuerte, por ella y también sus hermanos.
—Ya estoy mejor, suéltame —dijo de manera firme, aunque el hombre notó que sus manos temblaban sobremanera—. Tengo que ir con mi hermano al hospital, tengo que saber que aún… que aún respira.
Lo dijo como un lamento, un quejido salió de su boca y se largó a llorar de nuevo, ante la mirada incrédula del millonario, que era la primera vez que la veía en ese estado.
Sintió algo extraño en su pecho… o quizás en su estómago, pero no podía dejarla sola y menos en esas circunstancias. Al diablo la re
