La doncella, la montaña y el lobo Parte1

2100 Palabras
Como todas las mañanas, la anciana Fernia salía de su cabaña, tomaba su canasta, su bastón y comenzaba su larga caminata al bosque. El sendero estaba cubierto de hojas secas, lo que hacía evidente su paso, un kilómetro más adelante, el camino desaparecía, los árboles crecían altos, con musgo sobre sus cortezas y por encima de las ramas, el viento susurraba. Fernia miraba el movimiento de las ramas de los árboles durante un largo tiempo, en ocasiones, cerraba los ojos sin dejar de levantar la cabeza, solo escuchando el sonido, después, acomodaba su bastón y continuaba su viaje. – ¿Creen que sea hija de un espíritu corrupto? – preguntó Joana, mirando desde su escondite. – Eso es basura, nadie puede interactuar con los espíritus, no los vemos, no los escuchamos, solo los sentimos cuando vienen por nuestras almas – reclamó su hermano Joaquín. Y Natalia suspiró – sí habla o no con ellos, no importa, hay que seguirla. Había algo que todos sabían, ya fuera por el musgo que crecía en la corteza de los árboles, por el sonido del viento, suerte, o una razón más simple, la anciana Fernia salía de casa todas las mañanas, subía la montaña despacio, buscaba entre la maleza, recogía setas, las metía en su canasta y al cabo de un par de horas, volvía a su hogar. Cualquiera podía recoger setas del bosque, crecían naturalmente y los recolectores salían a diario para conseguir algunas, sin embargo, había algo diferente en las setas que la anciana Fernia recogía, De todas ellas, al menos una, tenía un color brillante, entre blanco y amarillo, a primera vista no se distinguía, solo el ojo observador podía notar ese cambio de color, esas setas eran especiales, su saber era mejor, sus propiedades naturales sobresalían y en el mercado, alcanzaban el precio más alto. Corría el rumor de que un platillo preparado con una de esas setas, era suficiente para rescatar a la persona más enferma, de las garras de la muerte. Supersticiones, ¡tal vez!, exageración, ¡sin duda alguna! Lo cierto, era que quienes probaban los platillos preparados con ese ingrediente, podían dar fe de su sabor y propiedades, lo que hacía que muchas personas desearan las habilidades de la anciana Fernia. Más de un comerciante le preguntó por su secreto, muchos la siguieron y no faltó el ladrón que le arrebató la canasta con el fin de obtener el preciado ingrediente. Los comerciantes que interrogaban a Fernia, recibían siempre la respuesta – no hay secreto, yo espero a que el guardián de la montaña me dé su permiso y él me recompensa por mi amabilidad. Los que la siguieron, notaron que no había algo especial en el caminar de la anciana, que no había una ruta, un hechizo o algo que les dijera a los demás, ¡esta es la dirección!, y quienes robaron su canasta, sin falta, tuvieron accidentes que iban, desde resbalar con las hojas secas y rodar colina abajo, hasta ser golpeados por las piedras que caían de los acantilados. Nadie sabía cómo funcionaba y había muchas teorías al respecto, pero todos reconocían que la anciana tenía un trato con el espíritu guardián de la montaña y debían respetarla. Por un largo tiempo, Fernia caminó entre las ramas de los árboles, se agachó un par de veces para recoger setas, las guardó y continúo su camino, siempre a un paso tan lento, que era difícil seguirlo. Joana bostezó – es la mañana más aburrida de mi vida, ¿por cuánto tiempo haremos esto? – El tiempo que sea necesario – susurró Natalia – a la gente anciana le gusta contar sus anécdotas, tarde o temprano descubriremos cómo lo hace. – Me quedo con mi teoría – dijo Joaquín – la anciana era joven, un espíritu corrupto se alojó entre los árboles, después, apareció el guardián, la anciana lo llamó, le dijo en dónde estaba el espíritu corrupto y el espíritu guardián, muy agradecido, le dio el don de la visión, por eso nadie más puede encontrar las setas que ella atrapa, así tales todo el bosque, recojas todas las piedras y te quedes con todas las setas de la montaña, ninguna será mágica, porque el poder, está en los ojos de la anciana. – Ya cállate – le dijo Natalia – los espíritus no existen. Natalia tenía una idea muy fija, no había espíritus guardianes en el bosque, lo que había, era un mapa, la anciana Fernia sabía en dónde crecían las setas más poderosas, era un conocimiento que adquirió en base al trabajo duro y a la experiencia, como ocurría con la gente anciana, es lo que la hacía diferente. Ella lo sabía, por eso, torcía su camino todas las mañanas, tomaba rutas diferentes, serpenteaba entre el bosque y así, nadie descubría el secreto, y lo más importante, la anciana Fernia tenía el poder de las historias. Los cuentos de espíritus que la gente inculta como Joaquín contaba en las calles, así fue como nació la leyenda de un espíritu guardián y la teoría de un fuerte castigo que caería sobre aquel que lastimará a la anciana. Natalia sabía que todo fue inventado. Conforme se acercaron a la parte más profunda del bosque, el cielo se oscureció, Joana subió la mirada, retrocedió y al pisar una rama seca, cayó de espaldas, su hermano Joaquín reaccionó de prisa, tomó su mano para evitar que ella se golpeará y al mirarla, su tez se puso pálida. Joana se enderezó – ¿qué?, ¿qué viste? Joaquín no pude decir una palabra, señaló el suelo y Joana giró la mirada. Alguien había talado un árbol sin cuidado, dejando su corteza con una peligrosa punta, de haber caído de espaldas, Joana se habría golpeado – es la maldición del espíritu guardián, tenemos que irnos. Natalia también giró la mirada – dejen de comportarse como idiotas, la fuerza de la caída no es suficiente para que atraviese la piel, solo te habrías golpeado la espalda, y ya, dejen de exagerar. Joaquín tomó la mano de su hermana – vámonos de aquí. Joana asintió – lo siento Naty. Natalia rodó los ojos – váyanse, no los necesito. Las nubes negras no eran producto de una maldición. Cualquiera podía decirlo con un simple vistazo, pronto llovería. Natalia esperó a ver un cambio en la expresión de la anciana, algo que dijera: “la tengo”, pero eso no pasó y el camino de regreso ya había iniciado. Decidida a no rendirse, Natalia marcó la ruta en un mapa y volvió al día siguiente. Sola. Un mes pasó muy rápidamente, la anciana Farnia salió de casa, enderezó su columna sintiendo un fuerte tirón, tomó su bastón y al apoyarse, sintió que le faltaban fuerza – no me queda mucho tiempo, Avi – le dijo al cuervo que volaba por encima de las ramas de los árboles. Una noche, después de la muerte de su esposo, ese cuervo apareció para hacerle compañía, a veces, soñaba con la idea de que era él, quien había vuelto a su vida, convertido en un ave, pero no había forma, su esposo jamás fue tan inteligente. Los días pasaban y esa era ella, sola, sin esposo, sin hijos y sin alguien que pudiera cuidarla en su vejez, todo lo que tenía era ese cuervo que le mostraba el camino para encontrar setas y venderlas a un gran precio en el mercado, gracias a eso tenía suficiente dinero para sobrevivir. Pero no resistiría mucho, podía sentirlo, cada año, el cuervo era más nítido y más fácil de ver. La razón, era que su espíritu pronto abandonaría el mundo de los vivos. – No me conviertas en una bestia – le pidió – Cuando llegue la hora, quiero irme al mismo lugar al que fueron todas mis hermanas – sonrió. La cosecha fue complicada, no pudo ir más lejos debido al dolor en sus rodillas, volvió sobre sus pasos antes de internarse más profundamente en el bosque y de pronto, escuchó un grito. Una joven, que no podía tener más de quince años, colgaba del tobillo y movía los brazos para intentar alcanzar la cuerda. – Ayuda, por favor, ayuda – gritaba. Fernia sacó su cuchillo, lo desenvolvió cuidadosamente y cortó la cuerda con lentitud. – Por favor, dese prisa – pidió Natalia, pero las manos de Fernia temblaban, pasados varios minutos, por fin la cuerda se rompió y ella cayó al suelo sobre un montículo de hojas secas. Fernia la miró – es raro que haya trampas en esta parte del bosque. Natalia se levantó – ¿es así?, yo no lo sé, es mi primera vez en el bosque, me llamo Natalia, vine a buscar setas – señaló su canasta, tumbada sobre el suelo – no puede ser – las recogió. La anciana sonrió y dobló sus rodillas para ayudarle. – El bosque es como un laberinto, siempre me pierdo, intenté usar un mapa, pero no hay puntos de referencia – suspiró Natalia – señora, ¿cómo hace para no perderse? Fernia señaló el cielo. Natalia siguió su mirada, ella no podía ver al cuervo. Sonrió – ya veo, se guía por los astros del cielo, es muy astuto. Fernia se levantó – ve con cuidado. – Espere, quiero darle las gracias – dijo Natalia, le quitó la canasta y tomó su mano para ayudarle a caminar. El camino se sintió más suave, para Fernia, que siempre estaba sola, fue un pequeño alivio. Llegando a su cabaña, Fernia se sentó un momento, se quitó los zapatos con mucho trabajo y dormitó unos minutos, al despertar tomó su canasta, su bastón y volvió a salir con rumbo al mercado para vender setas. Como ocurría la mayoría de las veces, había una seta con una apariencia distinta, le pagaron muy bien por ese gran hallazgo, compró comida, volvió a su cabaña con la canasta llena, cenó y volvió a quedarse dormida. En ese tiempo, dormía más de doce horas y el resto del día hacía lo mismo, ir al bosque, vender en el mercado, tejer canastas y a veces, limpiar – el tiempo pasa lento – dijo esa mañana – te estás tardando mucho en enviar por mí – suspiró y al abrir la puerta, vio a una persona. – Buenos días. La anciana se sobresaltó. – Lo siento, soy yo, Natalia, me rescató ayer, ¿lo recuerda? – Sí, ¿qué haces aquí? – Quiero agradecerle, deme su canasta, la llevaré al bosque – sugirió Natalia. El día anterior, contó las setas que estaban en la canasta de la anciana y no entendía, ¿por qué?, al momento de ir a venderlas, había una más. Sin falta, tenía que descubrir el secreto de la anciana. Durante los siguientes días, Natalia se despertó temprano, fue a la cabaña en el bosque, acompañó a Fernia y la observó mientras ella recogía setas, a la par, Natalia tomaba hierbas, raíces y frutos que veía, aunque su cosecha no se comparaba con la de la anciana, sacaba suficiente para llevar a casa al final del día. Pero aún no lo comprendía. Una mañana, Fernia no pudo seguir caminando y se sentó sobre una piedra – es suficiente por hoy, volveré a casa. – ¿Qué?, pero aún no hemos llegado, solo lleva cuatro setas, hay que seguir – dijo Natalia y tomó su mano. Fernia la rechazó – estoy cansada, volveré a casa, tengo suficiente, no necesito hacer esto – descansar era más importante que ir al bosque y Fernia, estaba muy cansada y adolorida. Pero, para Natalia, la realidad era diferente – es suficiente para usted, no para mí, solo un poco más, tiene que seguir caminando – tiró de su mano para levantarla. – No – reclamó Fernia – me duele mucho. – ¿Dónde?, le sobaré, después seguiremos caminando, no puede quedarse así – insistió Natalia, la levantó e intentó ubicar el dolor en las rodillas de Fernia. Por la manera en que Natalia tiró de ella y luego la empujó, Fernia perdió el equilibrio. Estaba demasiado cansada, no notó esa mañana que tenía un poco de fiebre. Desesperadamente se aferró al brazo de Natalia y ella la empujó. El grito de Fernia quedó atrapado entre el viento mientras su cuerpo descendía por la colina. Las piedras rasgaban su piel y el sonido sordo de su caída hizo que Natalia temblara. Ella miró sin poder creerlo, pisó despacio las hojas secas, vio a la anciana, bajó por un costado y al observar las hojas manchadas de sangre, sintió el miedo recorriendo su piel y salió corriendo.
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