Oscuridad. Eso era lo único que quedaba. No el cielo, no la tierra, ni siquiera el soplo del viento que alguna vez lo había acompañado en su juventud. Solo la prisión interminable de raíces, savia y silencio. Casian no tenía presente. Solo destellos, jirones de un ayer que se desgarraba una y otra vez dentro de su mente. Recordaba con cierta nostalgia sus días como caballero, el peso de la armadura, fría contra la piel, el olor de los caballos, la humedad en el aire y súbitamente, el acero de una espada acercándose con rabia. – Eres lento, torpe e inútil – decía el maestro Félix. Esmeralda lo llevó con él, le garantizó un lugar junto al mejor entrenador que estaba disponible en esa época y gracias a eso se convirtió en caballero, pero algo de lo que nunca habló con ella, fue sobre esas

