En realidad no pensaba irme de viaje, simplemente iba a pedir el r*******o y quedarme con el dinero. Además estaba aprovechando la oportunidad para estar sola en mi casa, creo que es tiempo de que supere esto sola.
—¿Estás segura, Noelia? —preguntó mi papá cuando le dije la idea.
—Sí, papá. Obvio. El avión sale mañana a la noche, todavía tengo tiempo para hacer las últimas cosas y dejar todo listo. Quizás me haga bien.
—¿Vas a ir sola?
—Supongo que sí. Todas mis amigas están trabajando, ninguna me va a poder acompañar. Pero voy a estar bien, no se preocupen.
—Yo te acompaño —dijo mi hermano.
—No, Martín. Vos tenés tu trabajo, no podés dejarlo de un día al otro. En serio, voy a estar bien. Ya tengo veintiocho años, no me voy a morir por estar sola. Lo juro.
Mi papá hizo una mueca y suspiró. Luego asintió con la cabeza con mirada estupefacta.
—Bueno, voy a tener que dejarte ir entonces. Si estás tan segura de que vas a estar bien y que viajar te va a despejar… andá. No tengo que negarte nada y menos a esta altura de tu vida. Yo solo quiero lo mejor para vos. Lo que no te puedo negar es que en cualquier momento salgo a buscar a Damián y lo mato, así que si volvés y estoy preso… ya sabés porqué.
—No hace falta ensuciarte las manos por un idiota, papá. Ya voy a tener mi momento de venganza —sonreí—. Ahora, ¿me llevás a casa?
Saludé a mi familia mientras bajaba del auto. Empecé a buscar las llaves del departamento en los bolsillos del pantalón y, cuando me dirigí a abrir la puerta y metí la llave en la cerradura, me percaté de lo mucho que me temblaban las manos. Entré y vi todo exactamente igual a como lo había dejado.
Después de tres días volvía a casa. La última vez que estuve acá estaba preparándome para mi casamiento, y volví con las manos vacías.
Subí a la habitación y fui directo al armario a buscar ropa para cambiarme y observé que la ropa de Damián… no estaba.
Revisé aún más, todos los cajones que usaba él estaban vacíos. Su lugar del baño estaba vacío. Todo estaba vacío y eso terminó de ponerme mal. Quise romper todo lo que se encontraba en mi camino, pero me contuve. Esta era mi casa y no podía echar todo a perder. Era sabido que esto pasaría, ¿o acaso estaba esperanzada de que él volviera? Tenía que aceptarlo, por más que me guste o no, me dejó, me humilló delante de todos mis familiares, de los suyos y de nuestros amigos en común. Nunca lo perdonaría.
Suspiré y entré a bañarme. No aguanté las lágrimas y lloré en silencio, raspando con fuerza mi piel. Me sentía sucia, incómoda, no podía lidiar conmigo misma. Cada vez que pasaba mis manos por mis extremidades sentía cuando las suyas me tocaban.
Hacíamos el amor a toda hora, en cualquier lugar, en cada rincón de la casa. Yo sentía que me amaba, ¿cómo no me di cuenta que no era real su sentimiento?
Quería limpiar hasta el lugar más profundo de mi alma, olvidarme que conocí al que pensaba que era el amor de mi vida. Desde los veinte años que estábamos juntos, desde la universidad. Nos conocíamos de casi toda la vida, eramos almas gemelas. Cada vez que pensaba más, entendía menos.
Salí de la ducha, me envolví en el toallón y me dirigí al espejo. Comencé a secarme el pelo mientras me miraba.
Mis ojos azules estaban rojos e hinchados de tanto llorar. Mi cara estaba pálida, no tenía expresión y no me reconocía a mí misma. Siempre me consideré divertida, simpática, carismática… pero ahora no sabía ni quién era.
Mis labios estaban convertidos en una línea recta y peiné mi cabello largo y ondulado con velocidad. Me puse el pijama, estaba segura que no saldría a ningún lado por varios días, y me fui a sentar en la cama junto con mi computadora portátil.
Entré a la página para cancelar los boletos de viaje, pero me di cuenta que ya estaban cancelados. Maldito Damián, no me dio ni la posibilidad de irme a Cancún.
Por lo menos el dinero me lo habían vuelto a depositar en mi cuenta. Miré la hora y apenas eran las siete de la tarde. A pesar de que estaba empezando el otoño el viento fresco ya entraba por la ventana.
Me levanté a cerrar el vidrio y me dirigí a la cocina a prepararme algo, pero la verdad es que no tenía nada de hambre. Me quedé mirando a la heladera abierta, con la vista fija en un tarro de helado, que no estaba allí antes, y el cual tenía una nota pegada en su tapa. No dudé ni dos segundos y lo agarré.
Noelia: sé que cuando sufres te gusta comer helado, así que te compré un kilo con tus gustos favoritos. Lo siento. Damián.
¿Este tipo me está jodiendo? Debe estar jugando conmigo, es un caradura. Todavía se atreve a hacer esta vergüenza…
Tiro el helado a la basura y pienso qué hacer. Si él vivía conmigo, ¿dónde estará ahora?
El primer lugar que se me ocurre es la casa de sus padres, así que me cambio el pijama por una ropa cómoda, agarro una cartera, meto las cosas necesarias y salgo a buscarlo.
Este idiota me va a escuchar y me va a tener que dar una buena explicación.