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1169 Palabras
Bajé del colectivo y caminé las dos cuadras hacia su casa. Casi eran las nueve de la noche así que seguramente su mamá estaba cocinando y se veía que estaban en la vivienda porque las luces estaban encendidas.  Respiré profundo antes de tocar el timbre. Me sequé las palmas de las manos con el pantalón ya que de los nervios me estaban transpirando. Mi corazón latía con rapidez y sentía cosquillas en mi estómago. En cualquier momento iba a vomitar, pero tenía que aguantar con toda mi fuerza. Me merecía una explicación. No salía nadie, así que volví a tocar. —¡Ya va! —gritó una voz masculina desde adentro. Un instante después escuché cómo giraban la llave en la cerradura y abrían la puerta. El papá de Damián se quedó mirándome sorprendido y me di cuenta que no tenía idea de qué decir. —Noelia… —dijo él tras un minuto de silencio—. ¿Qué hacés acá? —Hola, Hugo. No tengo intención de molestarlo a usted ni a su mujer, solo vengo a ver al inútil de su hijo. —No hables así de Damián, él tendrá sus razones para hacer lo que hizo. —No intente justificarlo. Solo quiero saber por qué me humilló frente a todos y de paso darle un par de cachetadas. Luego lo dejaré en paz y no me va a volver a ver nunca más en su maldita y horrorosa vida. —No está acá… se fue hace unas horas —contestó titubeando—. No sé dónde fue, dijo que tenía que hacer algo importante, quizás mañana vuelva, pero en este momento no está. Lo juro. Si querés pasá a revisar la casa, querida, pero no lo vas a encontrar. —¿Usted sabe por qué me dejó? —le pregunté, y la voz se me quebró al final de la frase. Me aclaré la garganta. Hugo me miró con lástima y suspiró. —La verdad que no lo sé. Es un tema entre ustedes dos, Damián no nos quiso decir nada y su madre está muy enojada con él. Lo queremos mucho a nuestro hijo, pero estamos de acuerdo en que no hizo bien al hacer eso… Sabés que nosotros te queremos mucho y siempre fuiste bienvenida, no sé qué se le habrá pasado por la cabeza. Te pido disculpas por él. Espero que puedas recuperarte de este golpe. No sé qué más decirte. Asentí con la cabeza y murmuré un “gracias” antes de irme. ¿Era cierto que no sabían el motivo? ¿Era verdad que no estaba en casa? ¿Y qué era eso tan importante que tenía que hacer? Supuse que esas cosas ya no me tenían que interesar, él ya salió de mi vida, pero no podía olvidar tan rápido. Me encontraba yendo hacia la parada del colectivo para regresar a mi casa, cuando de lejos noto caminando hacia mi dirección a un hombre mal vestido. Cuando veo a gente así me desvío del camino, pero esta vez el individuo notó mis intenciones y corrió hacia mí. Yo traté de correr pero él fue más rápido y me agarró los brazos, sosteniéndolos contra mi espalda. Sentí algo duro en mis costillas y deseé que fuera cualquier cosa menos un arma, pero como esa semana no paraba de tener mala suerte, era obvio que era una pistola. —Sin gritar, dame todo lo que tengas o te mato —dijo con respiración agitada. —Si no me soltás no puedo darte nada —respondí. Él bufó y dejó de hacer presión sobre mi cuerpo, pero el arma la siguió sosteniendo con fuerza. Tenía que pensar en algo rápido. ¿Por qué no asistí a las clases de defensa personal? Terminé entregándole el bolso ya que no se me ocurrió ningún plan rápido. En cuanto el ladrón llegó a la esquina distinguí cómo algo le cayó en la cabeza y éste se desplomó en el piso. Fui corriendo hacia él y a su lado había un vagabundo. —Creo que esto es tuyo —me dijo con voz ronca y entregándome la cartera—. Deberíamos irnos antes de que vuelva a despertar. Suerte —dio media vuelta y empezó a irse. —¡Espere! —le grité. El hombre se detuvo en seco y me miró—. Muchas gracias… —saqué de mi billetera un billete de cien pesos y se lo entregué—. Es mi modo de agradecimiento. —Oh… no. Gracias, pero no lo voy a aceptar. Hice lo que me pareció correcto. ¿En serio? ¿Un vagabundo que no aceptaba dinero? Debía ser un milagro de Dios. Quizás es cierto que los ángeles existen. —Por favor, acéptelo —le volví a repetir—. Si no me voy a sentir muy mal. El tipo agarró el dinero dubitativo y asintió con la cabeza. A pesar de que la noche estaba muy oscura pude vislumbrar, gracias a las luces de mercurio, que sus ojos eran claros y por sus manos pude notar que no era tan viejo. Antes de seguir mi camino lo saludé y él solo me miró antes de volver a dar media vuelta y marcharse. Suspiré. Sopló un viento fresco y apreté más el abrigo contra mi cuerpo mientras caminaba hacia la parada. Tuve que correr porque justo el colectivo estaba estacionado, esperando que las últimas personas suban. Gracias  a Dios llegué, la verdad que me hubiera dado miedo quedarme sola en el puesto mientras un ladrón daba vueltas por la cuadra. ¿Cómo habrá visto el vagabundo al delincuente? ¿Será que ya lo conoce? Quizás el sin techo, al ser del barrio, protege a la gente. Pero en todos estos años que estuve con Damián y venía a su casa no lo vi nunca. Estaba más que segura que era un ángel. Bajé del transporte y me dirigí a mi casa. Había un auto parado en la puerta, así que corrí a ver quién era. La puerta estaba entreabierta y pensé lo peor. Pero al ver a Damián preferí que hubieran robado mi casa. —¿Qué hacés acá? —le pregunté, cerrando la puerta con un golpe fuerte. —Ya me iba, pensé que estabas en lo de tu papá. Solo vine a buscar unas cosas… ya me voy. Me acerqué a él con paso firme y le planté una mano en el cachete con toda la fuerza. Le dejé la palma marcada y no pude evitar sentirme aliviada y satisfecha. —Bueno, supongo que me lo merezco. ¿Ya me puedo ir? —dijo, con tono molesto y esquivando mi mirada.    Me reí sarcásticamente. —No… vos no te vas hasta que me des una maldita explicación de porqué me dejaste plantada en el altar. —No puedo, Noelia. No ahora. Ya hablaremos de esto más adelante, perdón. —Te odio, desgraciado. Sos un malparido. Idiota, caradura, sinvergüenza, imbécil. Ni siquiera sé por qué me gustabas. Debería haberme dado cuenta que eras un tonto. Él solo se quedó callado y rodó los ojos. —Insultame todo lo que quieras, deberías darte cuenta porqué te dejé. Hablaremos más adelante, cuando estés tranquila. Y el desubicado me pasó por encima, me empujó, me hizo caer y se fue por la puerta con un aspecto victorioso. Lo único que pude hacer fue gritar y quedarme tirada en el suelo. Esto no va a quedar así, me la vas a pagar…
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