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1191 Palabras
Llegó el sábado. Ya había pasado una semana del peor día de mi vida y sentía que de a poco podía empezar a superarlo. Mis mejores amigas vinieron a casa a comer, cayeron de sorpresa así que estaba hecha un desastre, pero no dijeron nada. Solamente querían hacerme sentir mejor, y lo lograron. Ana llegó con dos cajas de pizza, Laura trajo gaseosas y algunas cervezas y Pilar trajo una caja de maquillaje, diciendo que “tenía una sorpresa”. Eso bastó para darme miedo. —¿Entonces ni una novedad de Damián? —preguntó Ana, metiéndose un pedazo de muzarella en la boca. —No, nada de nada. Por un lado mejor, no quiero saber nada de él. Pero me carcome la cabeza pensar porqué me dejó. Él me dijo que “yi tingui qui sibir pirqui” —respondí con tono de burla—, pero hace días que no puedo dormir por pensar en eso. —No te preocupes, nosotras te vamos a ayudar para que sepas qué fue lo que pasó. Ahora, tenemos que terminar de comer rápido para irnos de fiestaaa —comentó Pilar. —Chicas, la verdad es que no tengo ganas de salir. Quiero quedarme en casa, ponerme mi pijama de franela y mirar programas de decoración de casas. Agradezco todo su esfuerzo por hacerme sentir bien, pero… —¡Basta de dar lástima, Noelia! Sos joven, tenés una vida por delante, todavía podés encontrar a otro hombre. Pero en el camino… podés disfrutar de otros —interrumpió Laura, guiñándome un ojo con la última frase. Suspiré y tomé un trago de cerveza. No tenía opción. Las conocía muy bien y sabía que era imposible hacerlas cambiar de opinión. Además, por otra parte, quizás tenían razón en que tenía que salir. Hace una semana que me la pasaba encerrada, mintiéndole a mi papá que estaba excelente en Cancún cuando en realidad estaba en la cama llorando. Era hora de salir y comenzar a ponerme bien. —Está bien —dije—. ¿A dónde vamos? Tras una intensa sesión de belleza, salimos de casa. Me sentía incómoda con la ropa que tenía puesta. No estaba acostumbrada a ponerme tan sexy, ya que tener novio desde chica y ser gordita me era un impedimento para arreglarme bien, pero ahí estaba, con un short de tiro alto bastante apretado y un top que me dejaba el ombligo al aire. Con lo único que me sentía bien era con los tacones rojos que tanto me gustaban. Las chicas no quisieron decirme a dónde me llevaban, pero al ver de lejos la fachada del club de strippers ya me lo imaginé. —Me siento mal… —dije, con tono pesado—. Llévenme a casa de nuevo, voy a vomitar. —Ay, por Dios —respondieron las tres al unísono. Ana aceleró aún más y en dos minutos estábamos estacionando el auto en el garaje del lugar. Mis amigas tuvieron que empujarme para bajar del auto porque me resistía, pero no me quedaba otra que seguirles el juego, cuanto más les hiciera caso, más rápido iba a pasar la tortura. Entramos al sitio y las luces me cegaron. Luces led, de todos los colores, parpadeaban al unísono con la música. Se escuchaban los gritos de las mujeres que miraban el show desde el escenario, mientras otras chicas se encontraban tomando algo en el bar, mirando desde lejos. Si ya me encontraba mareada por el simple hecho de estar en este club, terminé de marearme con todo el bullicio. Mis acompañantes me arrastraron hasta la barra y pidieron tragos. No me gustaban mucho esos lugares porque no se podía ni hablar. Entre los gritos, la música y otros ruidos era imposible escuchar lo que te decía el otro. Así que dejé que ellas hablaran mientras yo tomaba mi bebida. De vez en cuando salíamos con Damián, íbamos a un bar tranquilo y tomábamos un poco, pero nunca nos poníamos borrachos. Eramos bastante disciplinados. Pensar en eso hizo que se me revolviera el estómago de la bronca, así que decidí emborracharme por primera vez —o quizás segunda— en mi vida. Pedí el trago más potente que había y me lo tomé a la primera sin pensarlo. Un fuego me recorrió toda la garganta, pero lo aguanté y pedí otro más. —¿Estás segura, Noe? No quiero que te haga mal —dijo Laura. Me encogí de hombros y seguí tomando. Cuando iba a pedir el tercero, las chicas me detuvieron. —Vamos a ver el show, no vinimos acá solo a tomar —comentó Pilar. Asentí de mala gana y al pararme descubrí que empezaba a marearme. ¿Tanto por tomar dos shots de alcohol? Quizás ellas tenían razón, emborracharse no era la mejor opción, ¿pero qué más podía hacer? De lo que menos tenía ganas era de ver hombres, y ahí estaba, rodeada de mujeres gritonas, ansiosas de tocar los cuerpos de esos pobres tipos. Lo peor es que entre esas mujeres estaban mis amigas. Tuve un poco de vergüenza ajena y ganas de que el piso se abriera y me tragara. Lo peor es que eso pasó. El lugar se sacudió de una manera leve, pero extraña. Las señoras gritaron con más emoción y yo no entendía nada. Cuando el mini terremoto pasó, me caí en un hueco n***o. Literal, el piso me tragó. Pero cuando toqué el suelo, me di cuenta que no estaba tan profundo y que, además, un hombre de traje me estaba esperando. Esto no es nada bueno, pensé. —Señorita, mi nombre es Raúl y soy el segundo dueño del club. Usted fue elegida para subir al escenario con el show principal. Usted nos dice si quiere conocer ya al bailarín o conocerlo en el escenario —me dijo él. —¿Perdón? ¡Yo ni siquiera quería estar elegida! Quiero volver arriba y que elijan a otra chica. —Temo que eso no es posible. La única manera de subir, es pasando a través del escenario. Así que, ¿desea conocerlo ahora? Esto era increíble. Ni siquiera sabía que pasaban estas cosas.  No me quedó opción que aceptarlo, tratar de divertirme y todo esto pasaría rápido. Mis amigas la pagarían después. —Quiero conocerlo… ¿ahora? —Dígame su nombre. El señor sacó una especie de formulario de su traje, el cual tuve que llenar con mis datos personales y finalizar con una firma afirmando que decidí subir al escenario con el protagonista y que autoricé a que me tocara. Eso último no quise firmarlo, pero Raúl explicó que eso nunca pasaba, que era por un tema legal. Tras las firmas el hombre comenzó a caminar y me condujo a través de varias escaleras, una especie de laberinto hecho con barras de metal hasta que terminamos llegando a una puerta con una estrella mal hecha pintada en ella. —Bien, su nombre es Matías. Lo bueno de conocerse antes es que pueden hablar sobre lo que quieren o no hacer, él es muy profesional así que no tengas miedo. Abrió la puerta y se fue. El camarín estaba vacío así que me senté en la silla que daba al espejo que, cuando lo miré, un muchacho con cara tapada surgió detrás de mí. Lancé un grito ahogado y él se rió. —Soy Matías —dijo sacándose la máscara. Casi me desmayé al notar que era el vagabundo que me salvó el otro día. Mi ángel.
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