Son las tres de la mañana, doce minutos antes de la hora de la quedada. No sé qué va a pasar ni dónde, pero he dejado mi vespa lejos y he ido andando hacia el puerto. El de seguridad ha desaparecido así que aprovecho para entrar. Allí solo hay barcos, unos pequeños y otros grandes en calidad de yate. Sigo caminando, con las piernas temblándome, mirando hacia todos lados. Bajo por unas escaleras y me escondo porque veo gente, aunque está demasiado oscuro como para poder ver nada. Apenas hay farolas por allí.
Trago saliva e intento meter la mano en mi pequeño bolso para sacar el teléfono y poder hacer unas cuántas fotos. Pongo la cámara y apunto hacia esas personas. La verdad es que no sé si es lo que estoy buscando porque me he preguntado una y mil veces si lo que estoy haciendo vale la pe
