Aire de campo

1452 Palabras
Comienzo a sentir el aire de campo ni bien pongo un pie en la terminal del pueblo. La gente se saluda en la estación, hay paciencia, respeto, nadie se empuja... Todo lo que no se ve en donde yo vivo, está acá. Pido un taxi en la puerta del lugar y enseguida me dirijo a la dirección de mi familia. El día está realmente hermoso. Todo es verde, las calles que hace diez años eran de tierra ahora son asfaltadas, cosa que me sorprende. Algunas personas toman mate en las puertas de sus casas, otros deben estar durmiendo la siesta, los nenes juegan a la pelota en los terrenos vacíos y los locales aún cerrados, debido a que son las tres de la tarde. —¿Usted viene de la capital, no? —interroga el chofer, mirándome por encima de su hombro. —Sí, vivo allá —contesto con amabilidad—. Pero vengo de visita familiar y de vacaciones, hace mucho que no venía. —¿Sí? ¿Hace cuánto que se mudó? —Hace diez años. Cuando terminé la escuela y quise ir a la universidad —replico. No me gusta mucho hablar sobre mi vida con un desconocido, pero como todavía faltan veinte minutos de viaje, decido entablar una conversación—. Estudié periodismo y ahora soy locutora. —Mirá vos, che. Qué bien —responde, riendo entre dientes—. Mi hijo está por terminar la secundaria y yo le dije que se vaya para allá porque acá no tiene futuro, pero no quiere saber nada. Dice que quiere cuidar nuestra granja. —Supongo que es normal en hombres. Mi hermano hizo lo mismo, es mecánico en el taller de mi padre, pero mi hermana y yo nos fuimos para estudiar. Aunque ella se fue a Estados unidos. —Guau, una familiar gringa —comenta entre risas. Yo solo sonrío y asiento con la cabeza. El resto del viaje pasa en silencio, por suerte. Las calles se van estrechando, las casas comienzan a ser más antiguas y, finalmente, la calle se convierte en piedras. A lo lejos diviso mi casa, cuando me fui la fachada era amarilla, ahora la pintaron de verde. Que colores horribles para una casa tan linda, pienso. Bajamos del auto, me ayuda a sacar mis valijas del baúl y le p**o. —Suerte en tus vacaciones —dice el hombre mientras me da el vuelto del dinero. Le sonrío como agradecimiento y me dirijo a tocar la puerta de casa. Subo los tres escalones de madera de la entrada con miedo, estoy nerviosa de ver a mi propia familia. ¿Y si no están? ¡Debería haber avisado de mi llegada! Golpeo los nudillos y espero a que alguien abra, pero nadie sale. Suspiro. Quizás debería ir al taller de mi papá. Vuelvo a intentar golpeando más fuerte y sigue sin haber respuesta. Suspiro mientras apoyo las valijas contra la pared y me dirijo a la ventana para intentar mirar hacia adentro. Como era de suponer, no se ve nada. ¡Ya sé! Voy a hacer lo mismo que hacía cuando era adolescente y tenía que llegar en silencio. Ojalá no hayan cambiado esos cercos. Vuelvo a bajar las escaleras, rodeo la casa hasta la reja trasera. Pongo un pie en el fierro más cercano y subo como si fuese una escalera. Salto hacia el otro lado y me caigo de cara al piso, pero por lo menos estoy viva. Me pongo de pie nuevamente, limpio mis manos embarradas con los pantalones y acomodo mi pelo. Voy hacia la puerta trasera y fuerzo la cerradura. Por suerte nunca la arreglaron, siempre estuvo floja, pero mis hermanos y yo nunca dijimos nada porque era nuestra manera de entrar y salir sin que nuestros padres se dieran cuenta. Entro y la casa está en completo silencio, pero escucho un leve ronquido proveniente de la habitación de mis padres. Seguro están durmiendo la siesta. Se escucha una risita desde otra habitación, estoy segura de que es mi hermano. Hago algo de ruido para que se den cuenta de que hay alguien en casa. No pasa nada y bufo. Las risas se siguen escuchando, cada vez más fuertes. Subo los escalones de madera de dos en dos hasta la habitación de mi hermano. Toco la puerta antes de entrar, no vaya a ser cosa de que está con una chica y yo interrumpo la cosa. Él es dos años menor que yo, así que con sus veintiséis y siendo soltero, tiene completa libertad para hacer cosas raras en su pieza. —¡Ya va! —grita. Escucho que se despide de alguien, debía estar hablando por teléfono. Un instante después, abre la puerta y me saluda con la mano sin prestarme atención aunque, al ver que soy yo, abre los ojos de par en par y la boca con sorpresa. —¿Agus? —interroga con expresión sorprendida. Me río. —No, Agus murió y soy el fantasma de ella que viene para despedirse —replico con tono burlón. Rueda los ojos y me abraza fuerte, revoleándome por el aire. —¡Hermana mía! ¿Qué estás haciendo acá? ¡No puedo creerlo! ¿Nuestros padres saben? —cuestiona con efusividad. Niego con la cabeza. —No, no saben. Era sorpresa. Toqué la puerta, pero no me abría nadie así que entré por la puerta trasera, no puede ser que todavía no hayan arreglado eso. —¡Todavía no les dije que está rota! —exclama sin dejar de mirarme y nos reímos—. ¡Hace dos años que no nos vemos! Estás hecha una diosa, hermanita. —Gracias, vos también te ves bien —respondo. Mi hermano es bastante parecido a mí, con la diferencia de que sus manos siempre andan engrasadas por estar tocando motores y aceite de autos. Es alto, tiene buen cuerpo, aunque no está marcado como él quisiera, sus ojos son profundamente negros y siempre lleva el pelo castaño bien corto. Sé que roba varios suspiros a las chicas del pueblo y él cumple los sueños de todas. No entiendo cómo puede ser tan mujeriego, pero bueno, es su vida y no me meto. Supongo que algún día se va a enamorar en serio. Frunce el ceño al verme sucia y se aclara la voz. —¿Tesla se soltó? —cuestiona. Arqueo las cejas. —¿Eh? —El perrito —contesta sonriendo. Debo tener una mueca de confusión pintada en el rostro porque se ríe y aprieta mi mejilla con diversión—. Mamá adoptó un labrador hace como dos años, le pusimos Tesla porque lo encontró en la calle justo cuando había una tormenta eléctrica. —Ni lo vi. —Me encojo de hombros. —Debe estar durmiendo. —Me mira con interés—. ¿Querés tomar algo? Andá al baño así te cambias y yo pongo la pava para el mate. Seguro que ma se levanta en menos de diez minutos. —Bueno, pero tengo las valijas afuera. ¿Me ayudás a entrarlas? Vamos a la puerta principal, abre y entra las maletas con velocidad. Las lleva a mi antigua habitación rápidamente y hace una especie de aplauso para limpiarse las manos. —Todo listo, hermanita. Estás en casa. ¿Cuándo te vas? ¿Después de las fiestas? —Se cruza de brazos. —Vine por los dos meses de vacaciones, si es posible —replico con tono dudoso, mirándolo con atención. —¡Perfecto! Excelente idea, los viejos van a estar muy contentos. Asiente con la cabeza y levanta un pulgar antes de irse. Con un suspiro, recorro la habitación con mi mirada. Todavía están puestos los pósters de Justin Timberlake en las paredes, aunque ya están amarillentos. Los arranco y dejo la pared vacía, dejando la pintura rosa algo salida debido a lo fuerte que tiré la cinta adhesiva. Acomodo la ropa que traje en los cajones, saco mi computadora portátil junto al micrófono en el escritorio y sonrío al ver que todavía está la inscripción de R+A pintada con fibrón n***o en una letra imperceptible. El día que escribí eso fue cuando cumplí quince años. Había hecho una pequeña fiesta en la casa y Rodrigo había sido el primero en llegar. Me abrazó súper fuerte y me dio un sonoro beso en la mejilla que me dejó el corazón latiendo con fuerza toda la noche. Lo vi mirarme extraño durante toda la fiesta, cuando se acercó a mí me entregó una carta, una que jamás leí porque me la sacó de las manos a las dos horas con la excusa de que se había equivocado. Me pregunto hasta el día de hoy qué habrá escrito allí. Unos ruidos me sacan de mi ensoñación y clavo mi vista en la persona que está recargada en la puerta. Me acerco de inmediato y la abrazo con fuerza. —Te extrañé, mami —le digo. Ella me mira con los ojos llenos de lágrimas. —Yo también, hijita. ¡Qué hermosa sorpresa! Esta noche lo celebramos, estoy segura de que a todos les va a encantar verte. Incluso a Rodrigo. —Me guiña un ojo. —¿Rodrigo? —repito con incredulidad. Asiente con la cabeza y se va, dejándome completamente confundida.
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