La fiesta se arma en el pueblo después de las doce de la noche. Mis padres se quedaron en casa mientras mi hermano, Rodrigo y yo decidimos salir al centro un rato.
La plaza principal está llena de gente, en su gran mayoría jóvenes, que bailan al ritmo de la música, que toman y que tiran fuegos artificiales.
La noche es tan cálida y con un ambiente tan festivo que me es imposible no ponerme de buen humor. Admito que casi no crucé palabras con Rodrigo durante la cena, me preguntó varias cosas sobre mi trabajo y Buenos aires, pero yo evité mirarlo por mucho tiempo y tampoco le respondía con grandes palabras. Notaba que mi familia me miraba con desaprobación, pero bueno.
—¿Quieren algo para tomar? —cuestiona mi hermano, mirando a una especie de barra improvisada sobre la estatua de San Ma
