Así que caminé una vez más hacia mi mesa de noche y tomé el móvil en mis manos. En ese momento, pude ver que quien escribía no era otro que Javier, un chico bellísimo con el que hablaba, de los pocos que no me había pedido verme ni me había lanzado ninguna indirecta se. xual hasta el momento, pero al que, como a todos los demás, le había dicho un nombre falso y por supuesto que no le había dicho a qué me dedicaba. Le había dicho que era secretaria en una empresa y que era muy buena en lo que hacía. Tanto, que él había bromeado con que si algún día necesitaba trabajo le podría pedir a un familiar directo, quien tenía una empresa, pero su apellido no me sonaba familiar aunque sí su rostro, pero por mi trabajo conozco a tanta gente, que seguramente lo confundí con alguien. Ciertamente no s