—Todavía no puedo creer que te hayas comido todo —digo mientras abro la puerta. Dejo que pase y vuelvo a cerrar. Él va a la cocina y lo escucho servirse agua, así que le pido que me sirva a mí también. Cuando entro, me entiende el vaso y nos sentamos alrededor de la mesa. —Hace dos días que no como —se encoge de hombros y arqueo las cejas, sé que miente porque no dejó ni una miga de la pizza de anoche—. Me peleé con mi hijo hace más de una semana, estuve en un hotel, pero se me acabó la plata y no tenía dónde quedarme. Él siguió rechazándome y no me quedó otra que venir acá, no quería molestarte, pero... Bueno, no puedo vivir en la calle. —¿Realmente te peleaste con tu hijo por mí? —interrogo. Suspira y chasquea la lengua. —Algo así. Mirá, Olivia, te voy a ser sincero. Tenía miedo de