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1367 Palabras
FAITH La cama era demasiado cómoda para ser la mía, y el triple de grande para siquiera entrar en mi apartamento. "Ay Dios". Por lo menos seguía vestida y no se había tomado el atrevimiento de "ponerme cómoda", porque le habría saltado al cuello. Aunque estaba en su cama, o en la que en algún momento fue mía también. ¿Habíamos dormido juntos? Me arrastré por la tarima al pasillo y fui directa a la habitación de Alan. Seguía dormido, tranquilo... me quedé deambulando por ahí. Encontré a Nathaniel durmiendo en la habitación de invitados, tan tranquilo y relajado que parecían mentira nuestros problemas. Bajé a la cocina, pasé por el salón, salí al jardín... no había nadie trabajando, nadie haciendo el desayuno o alguna de esas tareas que Nate pensaba que podía quitarse con el dinero. A la tercera vuelta lo encontré en la cocina, descamisado y con el pelo aún alborotado. Me quedé ahí estática, mirando como los músculos de su cuerpo se movían y como los pantalones de pijama le colgaban de las caderas. Habían pasado un par de años pero recordaba su cuerpo y lo mucho que me gustaba tocarlo. Recordaba como se sentían bajo mis dedos todos sus músculos y lo tenso que se ponía cuando le susurraba cosas al oído. —¿Te vas a quedar ahí mirándome? —No sabía que estabas despierto. —Ya. Te he visto dando vueltas por el jardín. Arrastré los pies hasta uno de los taburetes de la isla. —Estoy esperando a que Alan se despierte, quiero verlo antes de irme. Me miró sobre su hombro. La cafetera de último modelo sacó dos cafés y rodeó la isla para sentarse a mi lado. Trajo consigo mi teléfono. —Te ha llamado otra vez tu noviecito. Es un dolor de pelotas. —¿Por eso lo has mandado lejos? —Podía sentir que si seguíamos hablando de eso, discutiríamos—. Da igual. Daba igual porque recordaba la pregunta de la noche anterior y sí: Le seguía queriendo. Nunca nadie podría hacer que yo le amara más que a Nathaniel. Ni Zed ni nadie. Y era frustrante darme cuenta de eso. Suspiré y me pasé los dedos por el pelo intentando peinarme un poco. Nate me miró. Sus ojos en mi pesaban tanto que me estaba sintiendo acorralada. Tenía un problema para sobre pensar las cosas. Que levantara la mano y me pasara el pelo tras la oreja no me ayudó. El corazón me latió tan rápido que me dolió y se me hizo un nudo tonto en la garganta. —¿Qué te pasa? —me preguntó, tan tranquilo y sereno... —Estoy pensando. —¿En qué? —En si anoche me emborrachaste para sonsacarme preguntitas que te subieran el ego. Dejó caer el brazo en el respaldo metálico de mi taburete. —Te emborrachaste tu sola. —Y lo aprovechaste. Frunció el ceño, me miró y se pasó la lengua por los labios. Con ese gesto algo serio pensé que diría algo para discutir, algo que me buscara las cosquillas teniendo en cuenta nuestro historial de peleas. Sin embargo, cuando se inclinó más y su piernas tocaron las mías, me erizó todo el pelo y supe que dijera lo que dijera y discutiéramos infinitamente, eso nunca cambiaría la realidad de mis sentimientos hacia él. —¿Que lo aproveché? —Sí —le corté antes de que dijera nada más. —¿Por qué? ¿Porque te pregunté si me querías? —Porque ya da igual eso. —¿Qué coño va a dar igual, Faith? —espetó—. Tú y yo estamos hechos para estar juntos. ¿Y qué? ¿Habíamos perdido dos años de estar juntos? ¿Haríamos como si nada? ¿Como si yo no me hubiera sacrificado por los dos para recibir de vuelta a un gilipollas egocéntrico? Me reí por no saber qué más hacer. —Estás loco. Salté del taburete en un movimiento un tanto cobarde por huir y no llegué a dar ni cuatro pasos. Nate me llamó, mi nombre también le resbaló por los labios como una orden de detenerme. Siempre dándome órdenes. Que si Faith deja el trabajo. Que si Faith esto y lo otro. —Estás siendo una inmadura —soltó. Di un giro brusco, ya estábamos discutiendo, pero tan pronto abrí la boca él me la cerró. Nate y yo habíamos sido así siempre: fuego y pasión. Nos habíamos desatado en infinidad de lugares, estando bien, estando enfadados, estando borrachos y de todas formas. La cercanía de su cuerpo, el calor que irradiaba, me hacía olvidar cualquier razón para alejarme. Su mano se deslizó hasta mi cuello, su pulgar rozando suavemente mi mandíbula y obligándome de alguna forma a abrir la boca y recibir su beso. Su boca capturó la mía en un beso tan profundo y apasionado que me hizo olvidar todo lo demás. Mi enfado y mi orgullo, todo se desvaneció en ese momento. El sabor de su boca, la familiaridad de sus labios moviéndose contra los míos, me hicieron recordar todos esos momentos compartidos, toda la historia que teníamos juntos. Nate me levantó del suelo sin esfuerzo, colocándome sobre la isla de la cocina, sus labios nunca separándose de los míos. Sentí el frío del mármol bajo mis piernas a través de la fina tela de la falda, un contraste con el calor de su piel desnuda pegada a la mía. Durante aquel rato fue como si nunca me hubiera ido. Como si al subir al cuarto volviera a encontrar mi ropa con la suya. Como si fuéramos una familia que nos prometimos. La familia que no habíamos sido capaces de mantener. En un segundo de realidad apoyé las manos en su pecho, no supe si él estaba ardiendo o yo estaba que echaba fuego, pero fuera como fuese no pude apartarlo —Nate... Iba a regañarle, a decirle que aquello estaba mal, pero en cuanto sus labios me tocaron el cuello ya no pude recordar ni que era eso que tanto me enfada de él. Ni siquiera recordaba por qué dejamos de acostarnos si mi cuerpo era muy suyo. La humedad de su lengua me recorrió el cuello hasta el escote. Jadeé. Jadeé una y otra vez mientras sus labios y sus manos me hacían de todo. Cuando me quise dar cuenta estaba tan borracha por su toque que me había enredado la falda hasta los muslos. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo, mezclando el frío del mármol con el calor de su piel. —Dime que esto no te gusta y paro ahora mismo. ¿Qué? Su mano se encontró en mi entrepierna sobre las bragas que llevaba. Eché el cuello atrás tan descontrolada que gemí fuerte, quizás demasiado. Ahí estuvo su respuesta. En mis gemidos y en cómo empecé a mover las caderas contra sus dedos. ¿Hacía cuanto no experimentaba lo que era un orgasmo? Y de repente algo rodó escaleras abajo: un coche de juguete que se rompió al llegar abajo. —La hostia... —blasfemó Nate. —Quítate. Yo lo empujé. Dios. ¿En qué estaba pensando? En nada, claro, es que no estaba pensando. Bajé de la isla de un salto y la ropa se me colocó. —Eh, Faith. Pero yo salí de la cocina y subí corriendo a coger a Alan sentado en un escalón. ¡Se podría haber caído! —Hola mi amor. —Lo abracé con ganas, con muchísimas ganas—. Cómo te quiero... Que Alan me abrazara como lo hizo me sentó de maravilla. Era pequeño pero lo era todo para mi. Mi hijo, una salvación. A duras penas conseguí bajar las escaleras sin soltarlo, me lo hubiera llevado a casa conmigo. Nate se inclinó y le besó la cabeza, se quedó tan cerca de mi que pensé que volvería a comerme la boca y eso que los labios aún me cosquilleaban. —Voy a pedir un taxi —susurré. Verlo desde tan cerca me hizo ver como le brillaban los ojos y como, por primera vez en un tiempo, no estaban tan apagados. —Yo te llevo, porque esto no se queda así.
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