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1541 Palabras
NATHANIEL ¿Desconfiar de mi? ¿De verdad había dicho esa mierda? Podía haber sido un gilipollas, el gilipollas que ella había visto en mi porque empecé con las drogas y esos temas, pero jamás hubo consumición alguna que me hiciera olvidar que yo le pertenecía a ella. Ni siquiera después de dejarlo. —¿Has pensado que te engañé? Se llevó el vaso a los labios. Aquel gesto me puso la piel de gallina y me dolió. ¿Cómo coño podía pensar eso? —Bueno... —empezó. —¿Bueno qué? No me jodas, Faith, nunca he sido tan malo contigo. Me apunto con su uña puntiaguda, muy a la defensiva. Ya veía que hablar solo nos llevaba a discutir una y otra y otra vez. Seguro que con ese rubio oxigenado ni se levantaban la voz. Era un acojonado de la vida, un sumiso, un tío que no la merecía. —Eh, que yo no he dicho que fueras malo conmigo. ¿Qué querías que pensara si llegabas dando tumbos y discutíamos? No iba a vivir así toda mi vida y mucho menos con nuestro hijo. No me prometiste una vida de discusiones, Nate, y tampoco una en la que sentía que no éramos felices ni tu ni yo. —Se río, o lo intentó porque me sonó más una resignación—. Porque sé que tú tampoco me aguantabas, estaba irascible todo el tiempo. Sí, lo estaba, y sí, yo podía haber sido un gilipollas y haberme pasado de listo, pero podríamos haberlo solucionado. La vi darle un trago al alcohol que le quedaba, se lo bebió todo de golpe y se levantó. Tenía las palabras en la boca para soltarlas y seguir discutiendo toda la noche, pero me pasó por delante y solo pude mirarle el culo mientras lo contoneaba hasta el minibar y se llenaba la copa. Siempre había pensado que sus faldas plisadas hasta los tobillos eran horrorosas, las veía colgadas del armario sin gracia alguna... hasta que se las ponía y me dejaba subírselas por los muslos hasta las bragas. —Nunca te engañé, ni siquiera se me pasó por la cabeza —aclaré, pero siguió de espaldas volcando alcohol. Cuando se dio la vuelta, el vaso le rebasaba. Se acercó al respaldo y estiró la mano. —¿Quieres más? —ofreció y le di mi vaso. Seguía en el minibar cuando siguió—: Y ya que estamos hablando de todo esto, ¿me vas a decir por qué me dejaste? Volvió al sofá, se dejó caer esta vez más cerca, mirándome esperando una respuesta. Si estuviéramos discutiendo sé que le habría mentido. —Porque pensaba que ya no me querías. Faith se rió y bebió. —Menuda tontería —dijo. —Creía que me odiabas así que dejarte era lo mejor para ti. Ladeó la cabeza, el pelo le cayó sobre los hombros y con las sombras que la chimenea le hacía en la cara estuve a punto de empalmarme. j***r. Y había otro tocándola. —¿Y qué hay de ti? —¿De mi qué? —¿Qué era lo mejor para ti? Fácil. —Tú —respondí. Faith sacudió la cabeza y me miró como lo solía hacer cuando no me creía—. Digo la verdad. Tú siempre has sido lo mejor para mi, Alan y tú lo sois. —Nate... —replicó. —Querías una respuesta. La vi hundirse contra el respaldo y llevarse el vaso a los labios ocultando de alguna forma su pequeña sonrisa. Subió los pies al sofá, la falda le tapó las piernas completo y me hizo sentir que nunca se había ido, que siempre estuvo ahí, dónde debía estar: en casa. Se quedó pensativa mirando la chimenea, bebiendo en silencio unos minutos. —¿En qué piensas? Me miró y los ojos ya le brillaban en borrachera. O íbamos a discutir o iba a empezar a hablar de cualquier cosa. —En Clara, y en mis padres. Fueron unos hijos de puta conmigo y, en parte, con ella también. Un par de veces me contuve de enzarzarme en una pelea con sus padre. ¿Cuál era su puto problema? Faith era joven, como yo, sólo era un año mayor que ella y no es que fuera un completo gilipollas durante el instituto, al menos no con Faith porque me enamoré de ella a primera vista. —¿Los echas de menos o qué? Se volvió a encoger de hombros. —Sé que mis padres me echarían en cara todo esto, el cómo hemos terminado. Ni siquiera saben que tenemos un hijo y me pregunto si mi hermana me lo echaría en cara. Era tan pequeña cuando me fui de casa... —no me dio tiempo tiempo a decir nada cuando siguió hablando, y casi que lo agradecí porque de haberme dejado responder terminaríamos discutiendo sobre lo que pensaba de sus padres y el resto de la gente—. Creo que le caías bien. Era pequeña y eso pero me acuerdo que una vez hizo un dibujo y tú estabas por ahí; y me preguntaba por ti. ¿Te acuerdas de cuándo me escapaba para verte? —preguntó, y yo asentí. Todavía la imaginaba escabulléndose de su casa por el lateral, muy lentamente para que el césped no crujiera y las luces automáticas no saltaran (aunque lo hacían siempre) y terminaba corriendo hasta mi para que no la pillaran. Todavía podía escuchar su suave risa cada vez que saltaba a mis brazos y mientras me tiraba del brazo para bajar su calle y escondernos entre unos árboles para besarnos durante horas. —Lo hacíamos todas las semanas —recordé. Sonrió mucho. Era guapísima. —Me delató un par de mañanas. —Lo sé. Me llamabas llorando porque tus padres te habían castigado. Se lo recordé porque no podía olvidar lo capullos que fueron con ella. Yo siempre fui lo que le convenía. Resopló y sacudió la mano. —Como sea... —Pero si quieres hablar con ella puedo llevarte a la dirección que tienes. —Está a una hora. —j***r, Faith, está aquí al lado. —No sé si es buena idea. —No tiene que ser buena idea, si quieres yo te llevo, y si no quieres nos quedamos aquí. Se echó a reír, sus carcajadas ya medio borrachas llenaron el salón. j***r. Es que Faith me pertenecía a mi, no a ese tío rubio ni a otro. Había sido mía primero, era la madre de mi hijo. Alan era mi hijo. Entonces se inclinó en el sofá y alargó la mano hasta darme un ligero golpe en el pecho. —A veces eres tooodo un cómico. Se terminó el alcohol y se volvió a levantar y nos rellenó los vasos con más alcohol. Esa vez se sentó mucho más cerca. Rebotó contra los cojines del sofá y el pelo se le revolvió, de modo que estiré la mano y le pasé los mechones tras la oreja. Estuve a punto de pasarme de listo y en ese punto de la noche estaba casi seguro de que hubiera hecho lo que yo quisiera. Era lo que provocaba en ella. Faith tenía un lado sumiso cada vez que la tocaba que siempre me había puesto como una moto. Y quería hacerlo, quería comprobar que pasara el tiempo que pasara, ella recordaba que en el fondo yo le enseñé todo, que era mía y que hiciera lo que hiciera con otro era gracias a mi. Pero abrió la boca mientras me miraba con sus potentes ojos oscuros llameando el reflejo de la chimenea: —¿Por qué tienes que ser tan poco gilipollas ahora? —farfulló. Me enredé su pelo entre los dedos. Estaba a puntito de empujarla contra mi boca y después, contra mi entrepierna. —Será que estás borracha. O que me echas de menos. —Lo hago —no dudó en decir—. A veces te echo muchísimo de menos. Ojalá haberlo grabado. Abrí la mano en su pelo encontrándome con su nuca y acercándola lentamente. Me estaba aprovechando de la situación y la exprimiría al máximo. —¿Me sigues queriendo? Un poco a mi favor le empujé la cabeza con la mano, un ligero movimiento de asentimiento que ella acompañó relamiéndose los labios. —¿Y tú a mi? —No me respondas algo con otra pregunta. Respóndeme bien. Me apoyó la mano en el pecho y me acojonó que notara que si me lo volvía a preguntar, yo iba a responder como el niñato que había sido y que hacía todo lo que ella quería y me pedía. Pero no lo hizo y tampoco me respondió, aunque no lo necesitara para llenarme el ego de la seguridad de que sí, que me quería, que en todo su vida solo podría quererme a mi. —No te pases que todavía estamos a tiempo de discutir —me amenazó y se empujó algo lejos. Al final, no mucho después, se quedó dormida. La cogí en brazos, olía a su perfume de siempre y respiraba tan tranquila que casi parecía mentira que esa chica fuera capaz de gritarme como lo había hecho tantas veces. Tan inofensiva que parecía...
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