Alessandra impidió que su esposo dijera algo, pues alcanzó a notar lo interesado que estaba Nicolas de interrumpir el momento de su hija, lo agarró por el brazo y negó cuando este la miró. —Déjalos… Ellos deben solucionar sus cosas. Además, ¿no te gusta la sonrisa en el rostro de tu hija? —le preguntó ella, emocionada, pues había estado sufriendo al ver la tristeza en el rostro de Georgia. —Pero… —refutó Nicolas en un susurro. —Ella ya no es una niña —le recordó y el amoroso padre le tuvo que dar la razón. —Señores Rogers, buenas noches —los saludó Stephen. —Es un placer tenerte acá —admitió Alessandra y le sonrió —. Vengan, mis niños. Necesito que me ayuden con algo —pidió y los dos pequeños caminaron hacia sus abuelos, los abrazaron y besaron, antes de irse detrás de su abuela.