—Irina Korsakova — escuchó aquella voz gruesa desde algún lado de su oficina. Lejos de mostrar asombro, sonrió y sin voltear a verlo fue hasta su escritorio y dejó su maletín allí. Se dio la vuelta, se recostó sobre la mesa y cruzando los brazos volteó a verle con una ceja alzada. —Signore D'angelo —dijo hablándole en italiano —¿Se ha retractado en su decisión? Su voz no demostraba ninguna emoción, al igual que su postura y gestos. —No, para nada —contestó un relajado Damián. —Entonces no entiendo qué hace aquí —frunció su ceño. —Eso no es difícil de adivinar —él se puso en pie y a pasos lentos se dirigió a ella —El día que se presentó en mi oficina no me dejó hablar mucho, sólo fue a amenazarme con que me fuera o me destruiría. —No me interesa escuchar sus palabras. —¿Es así? Pens