Después de que Irina se marchara de su oficina, Damián sólo se encogió de hombros a la vez que soltaba una sonrisa ladeada. Sus amenazas lo tenían sin cuidado.
Estaba a acostumbrado a trabajar bajo amenazas y a pesar de todo sus resultados eran exitosos.
No le temía a la rusa, él no la consideraba un igual. Le demostraría que por mas sucio que jugara, no podría vencerlo.
Se sentó en la silla que anteriormente ella había ocupado, de su equipaje sacó su laptop, trabajaría duro hasta sacar de nuevo a flote esa empresa.
Después de una hora, el gerente de la empresa se presentó en su oficina diciendo que ya todo estaba preparado para que él pudiese dar el comunicado a los empleados. Él no esperó más y se levantó para ir enseguida a la sala de reuniones, lugar preparado para transmitir en pantalla su comunicado.
—Pido disculpas por el altercado de hoy, señor.
Damián no le miró, simplemente asintió y entró a la sala.
Se sentó en una de las sillas frente a la cámara, saludó con cordialidad antes de comenzar.
—Soy el presidente del Conglomerado Cipriani , recientemente llegaron informes a la empresa matriz, ubicada en Roma, que esta sucursal estaba presentando problemas, su economía está yendo para abajo en lugar de subir. Por lo tanto, mi equipo sugirió mi presencia para ver de más cerca qué es lo que está causando todo esto. Lo que me lleva a preguntarme, ¿en realidad tengo a los empleados correctos para este trabajo? Desde hoy todos están a prueba, serán supervisados por el equipo que viene hoy desde Italia, y quien no ejerza bien su trabajo será despedido inmediatamente.
Su semblante completamente serio alcanzaba a intimidar a los empleados que lo observaban en pantalla en cada uno de los pisos.
—Y si alguien está trabajando para la competencia, considérese despido y sin indemnización y no podrá volver a trabajar en ninguna de las empresas del conglomerado —hablaba en un perfecto ruso.
Se despidió para luego retirarse del lugar, no se entretuvo en nada y fue directamente a su oficina. Durante la mañana se dedicó a trabajar, pidiendo informe a cada jefe de cada departamento.
El resto de su equipo llegó después del almuerzo, cada uno de ellos se dedicó a supervisar cada departamento buscando el lugar exacto donde se estaba llevando a cabo el desperfecto. Algunos de ellos le ayudaban a él a revisar los informes.
—Sólo veo números rojos —se quejó él volviendo a hablar en su lengua natal.
—Costará mucho sacar a flote esta empresa, señor —comentó uno de ellos.
—No nos iremos de aquí hasta no dejar todo en orden.
Pasó todo el resto del día trabajando sin descansar, ni siquiera había dejado tiempo para comer. Su padre le había hablado pero no quiso contestar, aún no tenía respuestas para su padre. Además no quería perder tiempo.
Pasada las once de la noche salió del edificio de la empresa, antes de subir al auto volteó a ver a Bianca, estaba a una pequeña distancia de él asegurándose que no hubiera peligro a su alrededor.
—Bianca —llamó él, enseguida ella lo miró y frunció el ceño extrañada.
—Señor —respondió dirigiéndose a él con respeto.
—Ven conmigo —señaló el interior del auto.
—No creo que...
—Tú sólo obedece —la interrumpió él de mala forma.
Ella no le quedó más que obedecer, sin decir nada entró al auto seguida de él. Un silencio tenso se apoderó entre ellos durante todo el camino hacia el hotel.
Cuando llegaron al edificio él, una vez más, le ordenó que lo siguiese. A la misma vez que le decía a los otros guardias que ordenaran comida a la habitación.
Bianca caminaba detrás de él en total silencio, sus botas estilo militar resonaban en cada paso que daba. De repente él se detuvo, ella de inmediato hizo lo mismo para no chocar con su espalda.
—Entra —dijo abriendo la puerta y señalando su interior, ella sólo asintió e hizo lo ordenado.
—Casi pareciera que eres tímida —se burló Damián cerrando la puerta detrás de él.
—No es eso, sólo que usted es mi jefe y debo mostrar respeto ante usted.
—En este momento no deseo que seas mi guardaespaldas —se acercó a ella para tomarla de la cintura y acercar su rostro al suyo hasta el punto de rodar sus labios —sólo deseo que seas Bianca, la mujer que con sólo verla me prende de una manera abrumadora.
Ella cerró los ojos dejándose llevar por la increíble sensación de sentir su respiración y su olor tan cerca suyo.
—¿Eso quiere, señor? —preguntó abriendo sus claros ojos verdes y moviendo sus largas pestañas de forma coqueta.
—Es una orden —musitó él pegando más su boca a la suya.
Bianca apartó su rostro, puso su dedo índice sobre los rosados labios de Damián y acercó su boca a su oído.
—Estoy encantada de obedecer sus órdenes, señor —susurró con voz melosa y antes de apartarse de él mordió suavemente su oreja.
Un gruñido salió de él, quería besarla y disfrutar de su cuerpo.
—¿Por qué te alejas? —le preguntó frunciendo el ceño al verla alejarse de él.
—Soy su postre, no su cena, señor.
Él rió y negó con la cabeza, justo cuando iba a contestarle la puerta de la habitación sonó avisando que el servicio a la habitación había llegado.
Fue Bianca quien abrió la puerta y la recibió, luego procedió a servirle la comida mientras él se quitaba el saco, la corbata y sus zapatos.
Antes de sentarse en la silla frente a la pequeña mesa ubicada frente al ventanal, la observó y con una sonrisa le ordenó: —Quítate esa ropa si quieres acompañarme.
Ella simplemente negó.
—Eso será después.
—Es una orden, Bianca.
De mala gana lo miró y comenzó a desabotonar su camisa negra de botones, él se mordió su labio inferior al ver el inicio de sus senos, tragó grueso cuando se quitó la camisa del todo, ella se puso de cuclillas para quitarse los zapatos.
—¿Quieres ayuda? —preguntó cuando iba a quitar su pantalón.
—Puedo sola —respondió guiñándole un ojo a la vez que deslizaba hacia abajo su pantalón.
Él tragó grueso al verla únicamente con una lencería negra bastante sexi.
—Eres hermosa —le dijo acercándose a ella y tomando con posesividad sus labios.
—Ahora si, cenemos —la tomó de la cintura para llevarla con él. Se sentó en la silla y ella sobre sus piernas.
Comieron entre coqueteos e indirectas con doble sentido.
—Es usted bastante impaciente, señor —rió ella llevando la copa de vino a su boca.
—No me culpes cuando tú eres tan irresistible —respondió sin dejar de acariciar sus senos.
—¿Eso cree? —preguntó ella dejando la copa en la mesa y acomodándose mejor sobre sus piernas para quedar frente a él.
—Por supuesto, me encantan tus piernas —apartó sus manos de sus senos para llevarla a sus piernas y acariciarlas —son tan largas y gruesas. También me gusta tu trasero, es grande y redondo, perfecto para apretarlo y azotarlo.
—¿Y que espera para azotarlo? —murmuró ella ronroneando cuál gatita.
—Qué esté disponible para mi, sin ninguna tela de por medio —respondió él mirándola a los ojos.
—Nuevamente pregunto, ¿qué espera para hacer todo lo que quiera conmigo, señor?
Damián encantado con sus palabras la tomó fuertemente de la cintura y se levantó de la silla, ella rodeó sus caderas con sus piernas y pasó sus brazos detrás de cuello.
La llevó hasta la cama y la depositó con sumo cuidado para que no se fuese a golpear. Se ubicó sobre ella sin aplastarla.
—¿Todo lo que quiera?
—Todo —respondió ella llevando sus manos a los botones de la camisa.
Él se levantó de la cama para quitarse la ropa bajo la abyecta mirada de ella, volvió con ella cuando únicamente su bóxer cubría su m*****o.
Se apoderó de su boca, mordisqueando y pasando su legua por sus labios hasta adentrarse a su cavidad bucal. Ella le correspondía de la misma manera sus besos, las ganas de devorarse era mutua.
Sus manos no se quedaron quietas, le quitó el sostén para tener mejor acceso a ellos. Su boca poco a poco fue descendiendo de sus labios a su cuello, hasta llegar a sus senos. Llevó uno de ellos a su boca mientras el otro lo masajeaba con su mano.
Bianca únicamente se dedicaba a disfrutar de sus caricias, y soltar pequeños jadeos cada vez que él mordía sus rosados pesones. Por un momento su respiración se detuvo cuando él fue descendiendo hasta llegar a su pequeña tanga, alzó sus piernas cuando él la deslizó por sus piernas. Separó sus piernas para ubicarse en el medio, un sonoro gemido se oyó cuando él tomó sus pliegues con su boca.
—Ohh s-señor —gimió cuando él pasó su legua por su entrada.
—¿Te gusta? —preguntó a la vez que introducía uno de sus dedos en su húmeda v****a.
—S-si —soltó en un jadeo.
Él sólo sonrió para volver a lo que estaba, saboreó cada parte de ella, y la masturbó hasta que alcanzara su anciano orgasmo.
Lamió sus labios degustando su sabor, se levantó y quitó su bóxer para liberar su m*****o. Se volvió a ubicar entre sus piernas, pero esta vez era su m*****o el que rozaba su entrada, antes de adentrarse en ella la besó para compartirle de su sabor.
—Para que sepas que deliciosa eres —le susurró contra su boca a la vez que se introducía en ella. Lo único que obtuvo en respuesta fue un fuerte gemido.
Sus movimientos eran rápidos y certeros, el calor había aumentado, al igual que los gemidos. La penetró hasta llegar al ansiado orgasmo.
—Ahh señoor —gimió a voz alta.
Él salió de ella antes de c******e, se acostó a la par suya y utilizó su mano para luego soltar toda su esencia.
Sus respiraciones aceleradas era lo único que se escuchaba en la habitación. Habían disfrutado de aquel momento, era justo lo que necesitaba Damián para relajarse luego de una dura jornada laboral.
—¿Repetimos? —preguntó ella luego de un momento a la vez que se levantaba de la cama y se ponía sobre él.
—Claro, mami —respondió él con una sonrisa.