La opinión del señor Sparkler respecto a semejante plan fue, en dos palabras, que le parecía muy sensato, y añadió: —Además, ya sabes que muy probablemente dentro de poco tendrás a tu hermana… —¡Sí, a mi querida Amy! —exclamó la señora Sparkler con un suspiro de afecto—. ¡Cuánto la quiero! Pero no basta con tener sólo a Amy. El joven iba a decir: «¿No?», con gesto interrogativo. Pero se dio cuenta del peligro y convino: —No, claro que no; no basta con tenerla sólo a ella. —No, Edmund. No sólo porque las virtudes de esa niña excepcional, de carácter tan reposado, requieren un contraste, requieren que haya vida y movimiento en torno a ellas, para que se aprecien en su justa medida y a la gente le parezcan lo más adorable del mundo; sino también porque habrá que espabilarla en más de un