Capítulo XXXI El desenlace El sol se había puesto y, en el ocaso polvoriento, las calles escasamente iluminadas vieron cruzar con celeridad a una figura que llevaba mucho tiempo sin pisarlas. En las inmediaciones de la vieja casa la figura apenas había llamado la atención porque a esa hora pocos transeúntes podían fijarse en ella, pero, al ir alejándose del río por las callejuelas sinuosas que llevaban al puente de Londres, y al llegar a la gran avenida principal, fue recibida con gran asombro. Feroz y resuelta en la mirada, ligera en el paso aunque débil y vacilante, vistosamente vestida de luto, la cabeza tapada por el manto que se había puesto a toda prisa, demacrada y de una palidez sobrenatural, la figura seguía avanzando rápidamente, sin prestar atención a nadie, como una sonámbul