Se produjo un silencio que sólo se quebró después de que la futura y menuda mujer de Arthur se acercara a él, que se había levantado para ir a la ventana, dándoles la espalda, y se quedara a su lado. —Acabo de decir algo —añadió Daniel Doyce—, pero creo que puedo estar equivocado. He dicho que podía salir de aquí antes de media hora, que nada lo retenía. ¿Acierto si supongo que preferiría quedarse hasta mañana por la mañana? ¿Adivino, sin necesidad de ser muy listo, adónde quiere ir usted nada más abandonar estos muros y esta habitación? —Sí —respondió Arthur—. Es nuestro deseo más ferviente. —¡Muy bien! —dijo Doyce—. En tal caso, si esta joven dama me hace el honor de considerarme un padre las próximas veinticuatro horas, y permite que mañana la lleve a la calle de Saint Paul’s Churchy