Lady Elena Hamilton, condesa de Varem no podía mostrar su rostro sin maquillaje, tal desacierto era impensable, ya fuera en un día común, en una tarde de fiesta, en una reunión de negocios o en una salida al jardín de su casa, ella siempre debía estar bien vestida, arreglada y con cada cabello cuidadosamente peinado.
La atención a su apariencia era completa porque primero muerta antes que ser vista sin maquillar.
– Maldita sea.
Elena nunca pensó que llegaría el día en el que estaría maldiciendo su arreglo personal porque las enfermeras de los sanatorios no llevaban el último tono de carmín de la temporada, tampoco se pintaban las cejas usando un molde y, en definitiva, no llevaban diamantes colgando de las orejas.
El único aspecto amable fue que no traía corsé, o no sabía cómo iba a ha
