CAPÍTULO DIECISIETE —Nunca vamos a salir de aquí —se lamenta Jenny cuando vuelvo del improvisado baño. Los gruñidos de la bestia y el perro y el ruido a maleza destruyéndose se han desvanecido en el silencio. —Puede que tengas razón —gimo y, a pesar de mis esfuerzos, una enorme pena brota de lo más profundo de mi ser. Estoy tan cansada de este lugar y de las cosas que siguen intentando asesinarnos o matarnos de hambre. Si alguna vez volvemos a casa… nunca, nunca me quejaré otra vez, aunque la abuela me castigue durante el resto del verano; solo quiero volver a mi habitación con mis libros en las estanterías, mis peluches y mi acogedora cama. —Vamos —me digo a mí misma, y a Jenny. —El oso se ha ido, al menos por un tiempo. Vamos a limpiarnos en el arroyo primero. — Trato de no mirar las