Marco Al salir de mi oficina bajé por el elevador y atravesé el hall del edificio para dejar mis cajas en el coche. Volví sobre mis pasos y, en la que sería la última vez que fuera a subir a ese lugar, marqué una vez más el botón del piso diez del majestuoso edificio para dirigirme a la ahora ex oficina de mi madre, de doña Laura. A diferencia de mi, ella estaba visiblemente destrozada, así que traté de calmarla. Pero era normal. Eran demasiados recuerdos los que se quedaban entre aquellas cuatro paredes, adornadas con unos ventanales espectaculares con una de las mejores vistas de Madrid. Tantos, como haber pasado sus tres embarazos allí, muy feliz y siempre acompañando a Vicente en todas sus aventuras. Pero hoy acababa todo, y ella lo había aceptado. Le dolía, pero lo había aceptado,