Marco Me partía el alma escucharla negar cualquier recuerdo de aquella noche que pasamos juntos en Londres. Pero era consciente de que todo lo que había sucedido era culpa mía, y también lo era el no poder calmar la ansiedad que me generaba querer explicarle todo ya. Estaba más que claro que, aunque así lo quisiera creer, Isabel no había curado las heridas emocionales que había debajo de las cicatrices que tanto su padre como yo dejamos con nuestra distancia. También estaba más que claro que esta vez no podía hacer lo mismo que aquella noche. Debía cerrar los ojos, apretar los dientes para que su negativa doliera menos, y quedarme a su lado para ayudarla a volver a cerrar esas cicatrices que abrió la lectura del bendito testamento. Para cuando acabé de colocar las cosas en la mesa, ell