Capítulo 3 — Irme y dejar a mi gente.

2579 Palabras
Como era de esperarse, mi madre fue despedida como ella lo pidió, y enterrada en nuestra hacienda, en aquellos terrenos baldíos a los que ella dijo que les daría vida después de su muerte, la llore, mucho, pero ambas estábamos preparadas para este momento y aunque estábamos listas para despedirnos, no fue para nada fácil darle el último adiós. Con lágrimas en los ojos aviento una rosa sobre su ataúd antes de que los chicos cubran su cajón con aquella tierra que mi madre había insistido en revivir, para ella era como morir y volver a revivir y así sería, yo me esforcé en que ese fuera su lugar, el papeleo para poder enterrarla ahí fue demasiado extenso, pero tuvimos el apoyo de la comunidad que quería respetar los deseos de mi madre, además de que eran nuestras tierras, nadie podía decirnos que hacer con ellas. Mi padre estuvo allí, y aunque para mí era difícil llamarlo de esa forma, debía acostumbrarme, pues ahora tenía que cumplir con la petición de mi madre, su último deseo, aún así puse mis condiciones, y aunque el hombre lucía encantado de que yo aceptará su propuesta y exigiera lo que a mí me parecía justo, a decir verdad mis peticiones solo se trataron de tácticas fallidas para ver si los deseos de que fuera su heredera decaían ante tantas peticiones, en lugar de eso el hombre se enorgulleció y hasta me felicitó. — Adiós, mamá. — fue lo último que le dije antes de encaminarme a la hacienda para recoger mis cosas. Llame a todos mis subordinados. Debía hacerles saber que ya no viviría con ellos, en parte me alegraba de irme, pues el irme me ayudaría a sobrellevar la partida de mi madre y no estar en este lugar que tanto me recordaba a ella, tome mis maletas y las deje organizadas de modo que al partir simplemente las tomará y listo. Mire desde el barandal hacía el primer piso, nuestro salón, un hermoso salón, a mi derecha por el pasillo al fondo podía vislumbrar la habitación de mi madre, una pequeña punzada me atravesó el pecho, ese leve dolor me recordaba a la primera vez que tuve que vivir con el corazón roto. ¿Está vez sería igual? ¿El tiempo haría que no doliera tanto? mi mano apretaba mi pecho como queriendo evitar el dolor, al igual que yo apretaba mis dientes, y mis labios temblorosos amenazaban con dejar salir el llanto que no derrame en su entierro. A mí lado escuché a alguien carraspear su garganta, me giré para ver de quien se trataba, era Victor, ya no me importaba si me veía llorando, así que lo deje salir, mis labios temblorosos se abrieron para dejar salir un sollozo, mis manos se suspendieron en el aire y él, mi primer amor y mi mejor amigo me acogió en sus brazos con un gesto triste. Mi rostro oculto en su pecho, mi cuerpo que no paraba de temblar, mis ojos que inundaban su camisa de lágrimas. — Lo siento mucho, dirás que me he ablandado. — intenté bromear saliendo de sus brazos con delicadeza, él tomo mi rostro entre sus manos y con sus pulgares limpio cada una de mis lágrimas y me sonrió dulcemente. — Yo se que no es así, es más,, me sorprendí al ver la frialdad con la que manejaste el entierro de tu madre y me preocupe, por eso vine antes para ver si estabas bien... — esta vez fuí yo quien le sonrió, al tiempo que asentía para que supiera que estaba bien. — Gracias por venir, justo quería hablar contigo. — él asintió, le hice una seña para que me siguiera, mi despacho estaba en el primer piso. Tan pronto como entramos le señalé una silla para que tomará asiento y me escuchará, él obedeció y me miro con curiosidad, me senté entonces en mi habitual asiento, donde solía trabajar hasta tarde la mayor parte del tiempo. — Le prometí a mi madre que me iría con mi padre. — mi mejor amigo abrió los ojos sorprendido, pero no se atrevió a decir nada así que su gesto volvió a relajarse, me miró nuevamente con esa pizca de curiosidad y empatía que lo caracterizaba. — fue como ella lo dijo: su último deseo. Yo lo llame manipulación. — dije con una sonrisa mientras recordaba las habilidades de mi madre para manipularme. — y como ya sabes, no se debe ignorar la petición de alguien que ya no esta en este mundo... — él suspiro, sabiendo ya lo que seguía. — no confió en nadie, eres testigo de eso y amo mi hacienda, amo todos aquellos animalitos que abastecen nuestra hacienda y cada lugar de ella, también apreció mucho a mis trabajadores y no quiero dejar a su familia sin un pan en su mesa. — me levante de mi asiento y rodee el escritorio para quedar justo frente a él, apoye mi trasero en el escritorio al tiempo que me cruzaba de brazos y lo miraba, por su gesto era evidente que estaba procesando todo lo que le había dicho. — lo haré breve: necesito un capataz. Y no hay mejor persona para el trabajo que tú, conoces cada rincón de este lugar, a cada trabajador, los sembradíos y especialmente eres mi único amigo, es por eso que sé, no, yo estoy segura de que no vas a fallarme. — Victor me miró con un gesto de preocupación. — ¿Qué dices? — pregunte rápidamente antes de que tan siquiera pudiera pensar en una respuesta. — Me halagas Andre... Pero no puedo, no sé, creo que debería pensarlo... — dijo dubitativo. Solté un suave suspiro al tiempo que me acomodaba el cabello, que ondaba frente a mi cara. — No hay tiempo para pensar y aunque te diera el tiempo que me pides, sé que no hay nadie a quién pueda pedirle esto. — suspire rendida, mi cabello volvió a posarse en mi cara al ladear la cabeza, Victor se levantó de su asiento, estaba indeciso, pero mis argumentos eran más que lógicos, yo no confiaba en nadie más que él. Mi amigo se paro frente a mí y retiro mi cabello de mi rostro, levante la vista y lo mire hipnotizada por sus hermosos ojos celestes que me miraban con aire risueño. — Deberías darle a conocer un peine a tu cabello. — dijo sosteniendo mi cabello en una de sus manos, mis ojos y mi boca se abrieron por la sorpresa de su inesperado comentario. — ya se parece a las clines de tu yegua. — dijo sin dejar de mirarme y con mi cabello aún en su mano. Aunque su broma era un poco ofensiva, sentía como la ternura de su mirada me invadía sin tener nada que ver con aquello que había dicho, su sonrisa orgullosa flanqueó y lo ví perderse en mi mirada, tan anonadado como yo, su mano libre se levantó y acarició mi labio inferior, mientras que él paso saliva perdido en sus propios pensamientos, yo no perdía de vista sus movimientos tan calculados. Pero así como la magia vino, se fue... Cuando alguien toco la puerta y al instante la abrió de par en par, Victor retrocedió grandes pasos atrás y yo me puse recta en mi lugar, sintiendo como mi garganta se secaba. — Señorita... — dijo Tere interrumpiendo en mi oficina, notando la tensión en el ambiente nos miro a ambos, preguntándose que estaba pasando. Carraspee mi garganta antes de hablar, Tere como siempre estaba detallando la situación, se le daba bien eso. — Dime, Tere. ¿Qué pasa? ¿Por qué te quedas callada? — pregunte retomando mi habitual tono autoritario, por su parte sus mejillas se pusieron rojas al verse al descubierto. — Ah sí, señorita. La estuve buscando por todos lados porque ya están aquí los trabajadores, esperan en el salón. — torcí el gesto y mire por un segundo a Victor, parecía estar incomodo, se había quitado su sombrero y ahora lo sostenía en sus manos, miraba a todos lados menos a donde me encontraba. — Bien, que esperen un poco más, estoy hablando algo muy importante con Victor, después de eso saldré para hablar con ellos, diles que por favor esperen un poco, en un momento voy. — Tere asintió y salió de mi oficina, cerrando la puerta detrás de ella. Mire a Victor y me acerqué con cuidado, sus ojos estaban fijos en su sombrero, puse una mano en su hombro y levanté la vista para poder mirarlo y que él me viera a mí. — Victor, necesito de tu ayuda, no te lo pediría en cualquier otra situación, pero te considero un buen amigo y un trabajador honrado, confió en que mantendrás esta hacienda mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. — sus ojos me miraron al fin con una nueva emoción, parecía estar ansioso y nervioso. — Desearía que no te fueras. — en un movimiento inesperado, me tomo de la cintura y me abrazo, hundiendo su rostro en mi cabello, aquel acto inesperado me aceleró el corazón y me dejo sin palabras. — pero te irás. Eres tan salvaje como tu yegua. — rodé los ojos al escucharlo compararme nuevamente con mi yegua. — no puedo culparte por tu espíritu libre, amas este lugar pero lo tuyo no es estar en un lugar por mucho tiempo, desde niña sabías hacer enojar a tu madre al irte de excursión sola, pueblos cercanos y toda una llanura que explorar. — se separó con sumo cuidado de mi y tomo mi rostro en sus manos para luego besar mi frente. — aceptó, y cuando regreses estaré aquí esperando tu llegada. — me regaló una dulce sonrisa y yo no pude sonreír conmovida. — ¡Maravilloso! ¿Qué estás esperando? Vamos a comunicárselo a los trabajadores, estarán felices de que seas el capataz de la hacienda. — dije eufórica, él sonrió ante mi alegría y me siguió hasta el salón. — Admiró tus cambios de humor. — susurró mientras caminaba detrás de mí. Tan pronto como nos asomamos al salón todos mis trabajadores guardaron silencio, parecían preocupados. Y los entendía, mi madre había muerto y ella había sido la única razón por la que yo me había mantenido al frente de la hacienda y todos ellos lo sabían, mi madre me había educado bien, sabía de trabajo en el campo y también manejaba las finanzas como ningún otro en el pueblo. — Señorita Moreno, ¿viene a pedir nuestras cartas de renuncia? — preguntó un trabajador en nombre de todos. Mi mirada alarmada confundió mucho más a mis trabajadores, que empezaron a susurrar entre sí. Puse dos dedos en mis labios y silve como mi madre me había enseñado de niña, normalmente servía para llamar a mi caballo o para buscar llamar la atención de alguien que estuviera lejos de mí, en este caso para aturdir a todos mis obreros y al mismo tiempo ganarme su atención, al escuchar mi silbido, todos se giraron a verme, parando los susurros y dejando paso a un silencio sepulcral. — Primeramente, espero que estén teniendo un buen día... Y como realmente es lo que espero, no seré yo quien arruine este día. Como todos saben, me iré pronto, lo más pronto posible... Mi madre amaba este lugar y yo lo amo igual, pero cada rincón de esta hacienda me hace tanto daño como el haberla perdido. — aquellos hombres se miraron entre sí con gestos tristes, esperando por fin la estocada final. — pero, se aquí en mi corazón. — pose mi mano en mi corazón. — y estoy segura de que aún con mi madre en el cielo, ella no habría querido que yo me deshiciera de este lugar, es por eso que he decidido... — todos me miraban atentos, como suspendidos en cada una de mis palabras. — he decidido dejar a la mejor persona como capataz de esta hacienda... — entre aquellos trabajadores vislumbre rostros alegres, llenos de esperanza, conservarían sus empleos y sus familias tendrían un sustento. — como mi buen amigo Víctor, sabe de antemano lo que es trabajar para mí y lo que es tener que encargarse de llevar el pan a su casa honradamente, como cada uno de ustedes hace día a día, así mismo él ha aceptado la propuesta de ser el capataz de esta hacienda. — y al fin, el gran salón se llenó de gritos de júbilo y vítores, todos estaban satisfechos y felices de que fuera él. — Muchas gracias, compañeros. — interrumpió Víctor, haciendo que de repente se quedarán todos en silencio. — no vamos a decepcionar a André, haremos y daremos siempre nuestro mayor esfuerzo, de eso no me cabe duda. — todos ellos respondieron con palabras positivas. — supongo que eso era todo, pueden volver a sus puestos de trabajo, con la seguridad de que mañana seguirá ahí. — todos sonrieron felices mientras se despedían y volvían a su trabajo. Ese primer hombre que hizo la pregunta del millón se acercó tímidamente a mí, con una sonrisa y un brillo sin igual en los ojos. — Muchas gracias, señorita Moreno... Estaba muy preocupado, si usted se marchaba significaba que mi familia no tendría un sustento por un tiempo. — el hombre posó su mano sobre su nuca un tanto nervioso. — mi esposa acaba de tener un bebé, ya tenemos tres hijos, soy yo quien lleva la comida a casa, de verdad muchas gracias. — el hombre extendió su mano en señal de agradecimiento, conmovida la tomé con todo gusto, sonriendo por haber tomado la mejor decisión. — No es nada, es lo que toda persona sensata habría hecho. He trabajado a la par con cada uno de ustedes y aunque a mí no me faltara nada, se que todos ustedes trabajaron con ahínco para poder conservar su trabajo, así que no deben preocuparse, confío en que están todos en buenas manos. — él asintió mientras que yo soltaba su mano con suavidad. Mientras lo veía marcharse con una sonrisa en el rostro, me convencí de que había tomado la mejor decisión, una mano se posó en mi hombro llamando mi atención. — Es la hora. — me dijo mi padre. Mire hacía él con un gesto de evidente resignación, aspire y suspiré, detrás de él se encontraba Víctor con mis maletas en sus manos. — te esperaré en el auto. — asentí con la cabeza, él siguió el camino hasta la entrada principal donde se encontraba su auto y Víctor se acercó a mí en silencio. — Está vez, ya debo resignarme. — intento decir con un tono de humor, pero en su voz solo se podía palpar la tristeza. Asentí con una sonrisa alentadora en el rostro. — Vendré cada tanto, prometo que no me olvidaré de ustedes. — él solo asintió y se me adelantó, pasando delante de mí para llegar al auto y guardar mi equipaje. Lo vi darle la mano a mi padre y cruzar un par de palabras antes de marcharse, me pregunte si estaba enojado conmigo, tal vez no, pero era evidente que estaba dolido, despedirnos al fin sería difícil para ambos. Suspiré fuertemente y avance hasta el auto, abrí la puerta y me subí en él. Mientras mi padre me miraba orgulloso, yo solo podía pensar si estaba haciendo lo correcto. Irme y dejar a mi gente...
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