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Sebastián.
Sonrío cuando veo a Sally sonreír más dormida que despierta, la piel de su cuerpo desnudo brilla bajo la luz de la luna que entra por la ventana, otra vez nos encontramos juntos, acostados en la sala de mi casa con la chimenea encendida después de tenerla entre mis brazos una vez más, pero ahora con la diferencia de que ambos revelamos lo que sentimos.
Acaricio la piel de su espalda y suspira satisfecha, dejo un beso en sus labios y su mano acaricia mi mejilla.
—Gracias por darme la oportunidad de estar contigo Sally. Gracias por hacerme hacerme ver que no estabas viendo en mi al pobre hombre abandonado sino al hombre que realmente soy.
—¿Alguna vez alguien te dijo que eres un hombre impresionante, Sebastián?
—Mi profesor de química. –confieso y ella ríe.
