Tengo a mi madre frente a mí con un look nuevo. Se ha cortado el pelo y lo ha teñido de color naranja tirando a pelirrojo. Lleva unas gafas a lo Elton John que me han hecho mucha gracia y se ha hecho un piercing en su nariz. Da clases de filosofía en la Universidad de Chicago y no es una profesora como las demás, es moderna y destaca. Sinceramente, me alegro de verla tan radiante, como si el frío de Chicago no le afectara en lo más mínimo, yo ni siquiera me he quitado el abrigo a pesar de que la temperatura de la cafetería es agradable.
— Y bueno, ¿cómo te va? —Me pregunta.
— Me va muy bien, el trabajo bien y todo bien —me encojo de hombros porque no hay mucho que contar — ¿Cómo te va a ti?
— Muy bien —ella sonríe abiertamente—. El trabajo bien y todo bien —se encoge de hombros y sonrío—. ¿Cómo está tu padre?
— Está como siempre.
— ¿Sin ninguna arruga? —Asiento— Ese cabrón ha tenido que hacer un pacto con el diablo —le da un sorbo a su café.
— Puede ser.
— ¿Qué tal con tus amigas?
— Sarah está enamorándose.
— ¿Enamorándose? Dile que eso le irá mal.
— Mamá —me quejo.
— Vale, vale. No tiene por qué irle mal. ¿Cómo lo conoció?
— En un club.
— Le irá mal.
— No tiene por qué —ruedo los ojos—. Conocimos a nuestro nuevo grupo de amigos ahí.
— ¿Un grupo de amigos?
— Sí. Son muy simpáticos pero hay uno que me intimida —pienso en Jared y mi madre me mira con atención para que siga contándole—. Tiene su cuerpo lleno de tatuajes y a veces creo que me odia.
— ¿Por qué?
— No lo sé, le caeré mal —me encojo de hombros.
— No le puedes caer bien a todo el mundo. Solo quiero, que si encuentras a un chico, no te ilusiones —me mira.
— No lo haré.
Ella sonríe. — Eso está bien, muy bien, no dejes que nadie pise tu corazón. No te he criado para que lo hagan, eres más inteligente que eso.
Y lo soy, pero sé que quizás algún día llegue el momento en el que acabe con el corazón hecho añicos porque a todo el mundo le pasa y yo, no voy a ser la excepción. Mi madre es como una amiga, puedo contarle de todo y ella me da su opinión más sincera y sus consejos de madre moderna; aunque a veces no le puedo contar todo, claro. Siempre hay que tener secretos.
— Patrick y yo no nos hablamos —digo después de darle un sorbo al café.
— ¿El chico irlandés? —Asiento— ¿Por qué?
Muerdo mi labio inferior mientras miro mis manos rojas por el frío. — Su novia y bueno, él es idiota—me encojo de hombros.
— ¿Te ha dejado de hablar por su novia? ¿Sabes? También hay mujeres muy malas, también tienes que tener cuidado. Ni siquiera te fíes de tu sombra.
Sonrío un poco pero no puedo evitar estar triste por cómo acabaron las cosas con Patrick. No hemos vuelto a hablar y él no se ha disculpado, y la verdad, yo no voy a empezar una conversación hasta que él no me pida perdón por todo.
— A veces la vida es difícil —le digo a mamá.
— Aún no conoces el lado difícil de la vida, Grace, créeme cuando te digo que aún puede llegar a complicarse más.
— Sabes lo que quiero —le digo.
— ¿Y por qué no lo haces?
— No lo sé, no lo sé. Hace tiempo que no cojo un pincel y… No tengo tiempo con los trabajos. A veces pienso que no terminar la carrera ha sido un error.
Mi madre niega con la cabeza. — Cuando me dijiste que no ibas a terminar, lo pensé, pero te dije que lo que tú hicieras, estaba bien. Es tu vida y tienes que saber cómo manejarla. Se sabía que psicología no es la carrera de tus sueños, y es complicado estudiar algo que no te gusta.
— Arte no tiene futuro.
— Porque no te has puesto a ello. Rendirse es lo más fácil, Grace, y es lo que has hecho. Dejaste tus pinturas para volcarte en una carrera que no te llenaba solo por tener algo a lo que aferrarte. Ahora estás sin carrera y con dos trabajos para poder mantenerte.
— Y sin pintar —termino—. Mamá, vivir de la pintura es algo complicado.
— Pero puede ser un segundo trabajo, cariño. Además, es tu
hobbie y lo has dejado. Lo hacías muy bien.
Mi abuela paterna, desde que era una niña, me enseñó a pintar. Dejó que mi mente volara y el pincel paseara por el lienzo. Me enseñó todo lo que sabía y saqué su don, o eso creo, ya que nunca podré superarla. No vendía sus cuadros, aunque podría haberlo hecho, los regalaba o los colgaba en casa. Esos cuadros tienen un valor sentimental incalculable y no hemos querido deshacernos de ninguno. Dejé de pintar cuando entré en la universidad porque no me daba tiempo a nada.
La visita a mamá se resume en centro comercial, cine, noche de chicas viendo películas y discutir porque le echa demasiada verdura a la comida. Ella está feliz, viviendo en un pequeño departamento que lo tiene adornado de muchos estilos. Clásico, bohemio e incluso cosas hippies.
Cuando llego en taxi a casa después de haberlo cogido en la estación de autobuses, me encuentro a los chicos y a Jenna en el portal.
— Vaya, hola —saludo con una sonrisa en mis labios.
— ¿De dónde vienes? —Pregunta Jason.
— Chicago, señor cotilla. ¿Dónde vais?
— A tomar algo, señora cotilla —me responde.
— Ven con nosotros —dice Jenna.
Los miro, todos están esperando que conteste pero la mirada tan fría de Jared hace que dude de decir el sí. A veces es simpático conmigo y otras me asesina con la mirada. ¿De qué va?
— Si Jared no deja de mirarme como si quisiera matarme no voy.
Adam le da un golpe en el brazo y el chico tatuado se queja. — ¡Ay! No la estoy mirando de ninguna manera.
— Me estás mirando con cara de agrio —me cruzo de brazos.
— Suele mirar así —dice Jason—, igual de mal que sueles mirar tú. Creo que sois tal para cual.
— Podríamos hacer una guerra de miradas —digo.
— Ganaría yo.
— No, te mataría antes.
— Eso se tendría que ver.
Ambos nos quedamos mirándonos, él con su cara de agrio y yo con la ceja alzada, aunque también con cara de agria. Sonrío y miro a los demás. — Iré.
Subo a casa y me encuentro con las chicas saliendo. — ¡Grace! —grita Sarah emocionada—. No recordaba que venías hoy, ¿vienes a tomar algo?
— Sí —dejo la maleta dentro y salgo.
— ¿No vas a arreglarte un poco? —Giselle me mira.
Llevo mi chaqueta de cuero negra, unos vaqueros, un jersey y botas negras. Voy como si fuera a clase, pero no tengo tiempo de ponerme a escoger un modelito. Voy ideal. Bajamos y los chicos empiezan a caminar. Como no tenemos coche, me toca ir con Giselle en el coche de Jared. Me subo a la parte de atrás y me pongo el cinturón.
— ¿Solucionaste el problema que tenías con ese cliente? —Pregunta Giselle nada más montarse en el coche.
— Sí, todo está solucionado. ¿Qué tal tú? No he tenido mucho tiempo para hablar.
— Bien, todo bien, como siempre.
— ¿Sabes ya lo que le vas a regalar a tu hermano?
— Aún no —ríe ella—, siento haber sido tan pesada.
— No lo eres.
Escucho la conversación y los observo completamente alucinada. No sabía que ellos hablaban tanto y se llevaran tan bien. Jared para en un semáforo y miro al espejo retrovisor donde sus ojos azules están mirándome. Le aguanto la mirada aunque me incomoda y le saco la lengua. Su mirada cambia, mueve la cabeza de lado a lado y sé que ha sonreído. Jared aparca y bajo del coche metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta porque hoy hace un poco de frío.
— Tampoco hace tanto frío —dice Jared viendo cómo me encojo.
— Ella siempre tiene frío —Giselle mueve su mano con desdén y se agarra al brazo de Jared.
Me coloco al lado de mi amiga y caminamos en silencio hasta el bar donde han decidido beber algo. Entro la primera, deseando sentarme en un buen sitio donde no haya mucha gente alrededor. Miro hacia atrás para ver a Adam acercándose a una mesa. Conseguimos taburetes para todos y voy a pedir junto con Jason. Me pongo a su lado en la barra y esperamos a que nos atiendan.
— Jenna es muy tímida —dice.
— Sí, un poco.
— Bastante —él chasquea su lengua—, estoy intentando acercarme a ella pero se cierra en banda y...
Jason deja de hablar y frunzo el ceño. Miro a donde él lo hace y veo que los Orlando Magic están en la televisión, repitiendo sus mejores jugadas.
— ¿Eres de los Orlando Magic? —Pregunto.
— ¿Tú también?
— ¡Sí! ¿Viste el partido del otro día?
— Vucevic estuvo espectacular.
— ¿Y Gordon? Ese tío es un c***k.
— Ya era hora de que volviera Payton.
El barman se acerca a nosotros y tenemos que dejar de hablar para pedir las cervezas.
— Espero que remonten —dice Jason cuando pide.
— Y yo. ¿Por qué no vemos el partido todos juntos en casa? Así quedas con Jenna.
— Vaya, pero si piensas —toca mi cabeza.
— Por supuesto que pienso —me río—. Si quieres que Jenna se abra contigo tienes que ir dándole confianza —cojo dos jarras de cerveza y las llevo a la mesa, vuelvo y Jason está mordiéndose el labio.
— ¿Me ayudarías? —Me pregunta.
— ¿A qué?
— A conquistar a Jenna.
— ¿Conquistar a Jenna? —Cojo otras dos jarras de cerveza mientras me río. Lo miro, él está serio—. ¿No es broma?
— Claro que no, es la primera vez que me enfrento a una chica como ella de tímida. Estoy acostumbrado a que ellas se lancen.
— Yo no soy ninguna experta.
— Pero eres una chica, sabes lo que quieren las chicas más que nosotros.
Jared aparece y coge dos jarras de cerveza. — Os estamos esperando —se gira para ir de nuevo a la mesa y cojo la jarra de cerveza que queda.
— Podrías pedirle opinión a él, parece que tiene experiencia en chicas.
Jason se ríe y lo sigo a la mesa. Adam no tarda en llamar la atención de todos para hablar: — Dentro de poco es mi cumpleaños y he pensado que podíamos hacer algo.
Mi móvil vibra en mi bolso y lo saco para ver que es Patrick. Quito la vibración para ponerlo en silencio y lo dejo encima de la mesa. Escucho algo de ir a un bar y Sarah dice que podríamos hacer un viaje.
— ¿Un viaje dónde? —Pregunta Jason.
— ¿Nieve? —Sugiere.
— Me parece bien —dice Adam.
— Y a mí, voy a fumar —Jared se levanta y lo veo ponerse su abrigo para salir.
Presto atención a Jason. — Podemos alquilar alguna cabaña.
— Tiene que ser un fin de semana que todos podamos, Grace trabaja y bueno, tú también —Giselle señala a Adam.
— Veré los turnos que tengo, mira tú también, Grace —me dice Adam.
— Claro.
Vuelvo a mirar el móvil y veo que son ya ocho llamadas perdidas de Patrick. Me levanto y me pongo la chaqueta.
— ¿Dónde vas? —Pregunta Giselle.
— Tengo que hablar por teléfono —lo cojo de la mesa y salgo cogiéndole la llamada a Patrick.
— Grace —escucho su voz al otro lado de línea.
— Escucha, Patrick, deja de llamarme —me alejo de la puerta y con ello de Jared, que está allí fumando.
— Necesitamos hablarlo.
— No necesito hablar nada, todo quedó dicho y—me quitan el teléfono de la mano y veo a Jared llevárselo a la oreja.
— Te ha dicho que dejes de llamarla —separa el teléfono de su oreja y da con su dedo en la pantalla.
Lo miro sorprendida y veo cómo guarda el teléfono en el bolsillo de sus pantalones para después volver a donde estaba.
— ¡Eh! —me quejo cuando consigo reaccionar—. No tenías derecho a hacerlo —me pongo frente a él.
— No te molestará más.
— Estaba hablando con él.
Para mi sorpresa, sus dedos se ponen en mi mentón y su rostro se acerca al mío. Mis ojos están puestos en los suyos e intento no mirar su boca. Sus dedos están calientes y su toque en mi mentón hace que mi corazón se acelere. Aún puedo recordar cuando se pegó a mí mientras estaba con las bandas en el gimnasio, sintiendo su gran cuerpo musculoso emanando calor detrás del mío.
— Él te gusta —dice en voz baja. Su voz suena ronca y sexy—, no puedes decir que no.
Pongo mi mano en su pecho, indecisa por su reacción. Él sigue mirando mis ojos y deslizo mi mano hasta sus pantalones. Su aliento con olor a cigarrillo choca con el mío y sin poder evitarlo, miro sus labios, entreabiertos. Vuelvo a mirar a sus ojos y mi mano desciende hasta llegar a su bolsillo. Meto la mano dentro y él aprieta la mandíbula. Cuando mis dedos tocan el móvil, hablo: — No —cojo el teléfono y me separo de él—, somos amigos, deberías empezar a entenderlo.
Voy al gimnasio sin Sarah de nuevo porque está en la biblioteca terminando un trabajo y no veo a ninguno de los chicos por allí. Me pongo música y empiezo a hacer mi rutina. Steve Aoki me anima y me doy cuenta que duro más en la cinta y que puedo hacer más ejercicio sin morir. Sin embargo, solo consigo hacer dos flexiones y ya estoy muerta en el suelo.
— Deberías ejercitar más los brazos —dice Ian a mi lado—. Nos pondremos el próximo día.
— Eso es perfecto —digo aún tirada en el suelo.
— Te lo estás tomando en serio.
— Estoy pagando por esto, claro que me lo tomo en serio.
— Buen trabajo, Grace —me guiña un ojo y lo veo irse.
Suspiro pesadamente y voy a las duchas. He quedado con Ryan para cenar y me echo perfume cuando me arreglo. Me miro al espejo y estoy bien. No puedo decir que el gimnasio se note porque no vengo todos los días pero por dentro me siento mejor, más feliz. Dicen que hacer ejercicio da felicidad, aunque también da felicidad otra clase de ejercicio, como el que quizás practique esta noche.
Cuando salgo del gimnasio, veo a Jared fumándose un cigarrillo.
— Hola —lo saludo— ¿No es un poco contradictorio hacer ejercicio y fumar después?
— ¿Tú no lo haces? —Su mirada seria se posa en la mía.
— Sí, pero espero una hora o dos.
— Venga, vámonos —tira el cigarrillo.
— Voy andando, Jared.
— No seas cabezona —pone su mano alrededor de mi brazo y tira de mí. El coche está parado en doble fila y me abre la puerta del copiloto para que entre.
— ¿Por qué me miras tan mal? —Le pregunto.
— Yo no te miro mal.
Me pongo el cinturón y espero que él se meta en el coche. El silencio en el coche es incómodo y hace que esté tensa. Ni siquiera sé por qué me he montado con él. Bueno, sí que lo sé, no quiero andar, para que vamos a engañarnos.
— ¿Puedo poner la radio? —Pregunto para poder llenar el silencio con algo de música.
— No.
Ruedo los ojos y miro el semáforo en rojo. — ¿Por qué siempre estás enfadado?
— Yo no estoy enfadado.
— Y tampoco miras mal, mira Jared de verdad, prefiero irme andando porque no quiero que me lleves por obligación.
— ¿Obligación?
— ¡Sí! No tienes que fingir que te caigo bien por las chicas. Tú tampoco me caes bien a mí.
Jared me mira, se quita el cinturón y veo como su cuerpo se echa sobre el mío. Dejo de respirar cuando lo siento cerca y puedo oler su perfume. Él abre mi puerta y se pone bien en el asiento.
— ¿Quieres irte andando, Grace? Es de noche y andando es un largo camino. Solo estoy intentando ser amable, pero parece que no consigues verlo.
Junto mis labios en una fina línea y escucho que los coches de detrás tocan el claxon porque el semáforo ya está en verde. Cierro la puerta y Jared se pone el cinturón.
— Buena elección —dice y acelera haciendo que mi espalda se pegue en el asiento.
Me agarro a la puerta y Jared sonríe de lado. Lo miro y él me mira. No puedo explicar su mirada, pero mi corazón se encoge y un escalofrío recorre mi columna, haciendo que me haga más pequeña en el asiento si eso es posible. Me quito el cinturón cuando me deja en casa y abro la puerta.
— No sabía que tenías una cita.
No contesto y casi me tropiezo con mis propios pies al querer salir de allí lo más rápido posible.
— Hey, ¿estás bien? —Ryan está en el portal.
— Sí, me he tropezado eso es todo.
Miro hacia atrás para ver que Jared ya se ha marchado. Respiro con normalidad y me quedo mirando por donde se ha ido. Me ha asustado su mirada, como si pudiera ver a través de mí. Me giro y Ryan me mira con una ceja alzada. Le sonrío.
— ¿Nos vamos?
— Claro, vamos.
Él pone su mano en la parte baja de mi espalda y me acompaña a su coche. Después de la cena, vamos a su apartamento y no tardamos en estar en su cama, besándonos y tocando nuestros cuerpos.
Él es todo lo que una chica romántica no quiere. No lo hace lento y pausado, disfrutando de las sensaciones y recorriendo tu cuerpo con besos. Él se encarga de hacerlo duro hasta el punto de morder mi mano para no gritar. Ni siquiera hay una pizca de delicadeza cuando lo hace.