MAYA
Con Denver en casa mi madre no dice nada sobre el hecho de que Alex me ha traído a casa. Después de cenar, cuando se va y su hermano viene a por él, mi madre vuelve a mirar el coche a través de la ventana de la cocina.
—¿Te ha traído él? —Estaba deseando preguntarlo.
—Me ha encontrado empapada en una parada de autobús. Solo me ha traído —mentira—. Ya he firmado todos los papeles con el abogado y el notario.
El cambio de tema le pasa desapercibido.
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Vuelvo a hacer la ruta al instituto: café en un vaso de plástico del Starbucks, recoger a Denver y escuchar como dos adolescentes cotillean de quién ha roto con quién de su clase. Por lo menos su adolescencia es normal. Una vez los dejo en el instituto dejo el coche de mi madre en el garaje y camino. Llego al taller algo más espabilada. Empujo la puerta y suena una campanita, el hombre robusto con barba tras el mostrador me mira.
—Hola. Eres la chica de Alex, ¿no?
¿La chica de quién?
—Él me ha dicho que viniera si a eso te refieres.
—Sí, eso digo. Espera que le llamo. —Abre una puerta que hay a sus espaldas, suena otra campanita y grita—: ¡Peyffer! Te buscan aquí.
Todavía me pregunto qué pinta un chico como Alex trabajando aquí. Era jugador de rugby, se manchaba las manos con caídas y golpes. Viene limpiándose con un trapo que ya está sucio.
—Hola —dice.
—Hola —digo.
Camina hasta el otro lado del mostrador y levanta una tabla de madera. Me hace un gesto y le sigo por dónde ha venido.
—Ten cuidado, tenemos esto hecho un desastre. —Aparta unos cables con el pie y empuja unas ruedas apiladas contra la pared de ladrillo—. Con el frío y las nevadas tenemos jaleo. Tu coche está ahí.
No lo he echado mucho de menos. No planeo usarlo hasta que me marche el domingo por la mañana.
Alex me devuelve las llaves, siento como me mira mientras arranco. Tras nuestra charleta de anoche he pensado en cosas, sobre todo en cómo me siento al respecto de haberlo perdonado y no lo tengo muy claro. Es decir... me ha arreglado el coche gratis y se ha disculpado. Si necesitaba que lo perdonara para estar más tranquilo ya podemos seguir con nuestras vidas.
—¿Es ahora cuando me dices lo que te debo?
—Corre por mi cuenta, enserio.
—Vale... Gracias.
Asiente y levanta la mano para quitarse el pelo de la cara. Se cruje los dedos y vuelve a asentir. ¿Debería despedirme o cerrar la puerta del coche y largarme?
—Bueno, pues... adiós —musitó. Me he decidido por lo segundo.
Levanta la mano y aprieta los labios en lo que parece una sonrisa. Es guapo, muy guapo. Y ser un chico bueno le está sentando bien.
—Adiós.
El coche ya no hace ruidos raros ni le parpadean luces que desconozco. De echo, a mitad de camino me doy cuenta de que Alex ha llenado el depósito de gasolina. Me dará para gran parte del camino de vuelta a Seattle. Dejo el coche delante de casa, casi con las ruedas sobre la acera y cuando Mary me pide que la pase a buscar lo hago con el de nuestra madre.
—Denver tiene mañana un partido, ¿quieres venir conmigo?
—Me vas a dejar por tus amigas.
—¡Que va! Venga, porfiii.
Sonrío. Mary junta las manos y me hace un puchero. Igual se le ha pasado por la cabeza que yo jamás asistí a un solo partido durante el instituto. Tampoco fui al baile o a las fiestas.
—Lo pensaré.
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ALEX
—j***r, pues está buena que te cagas. —Finch sabe bien lo que dice—. Raro me parece que no te la estés intentando follar.
—Lo intenté en la reunión de antiguos alumnos de la semana pasada. Me mandó muy a la mierda.
Se descojona y vuelve a meter la cabeza en el motor de la furgoneta.
—Te ha perdonado que era lo que querías, ¿no?
Sí, y he dormido extrañamente bien. Compartir un rato con ella me sentó bien. Me perdonó. Es un gran desquite, como si respirara mejor ahora.
—Sí. Aunque no sé, tío, es raro.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que quiero follarla.
Vuelve a reírse pero a mi eso no me soluciona nada. Hasta para pedirle perdón ha sido raro. Ha sido como pedírselo a una persona que ya no existe. Esta chica, Maya, no es la Bellotas a la que miraba por encima del hombro.
—Yo también, así que no es raro.
Resoplo. Sigo trabajando. Durante un rato que vuelve a llover nos cogemos un descanso sentados en unas pilas de cajas y ruedas desgastadas que son para tirar. Tengo un mensaje de Denver recordándome que le pase a buscar cuando termine el entrenamiento.
—Es esta, ¿no? j***r si lo es. —Finch me planta su teléfono en toda la cara, me deja ciego, entonces hace zoom en un escote—. Mira qué tetas.
Parpadeo para enfocar. Es Maya.
—¿De dónde coño has sacado su i********:?
—Estoy en el i********: de la novia de tu hermano.
—¿Y por qué coño sigues a la novia de mi hermano?
Se encoge de hombros.
—Porque tu hermano la cotilleaba desde mi móvil. Tiene la cuenta pública.
Sea como sea miro la foto. Mary y Maya con su madre. No parece de hace mucho y de la misma forma que me alegra que Denver sea feliz, también me alegra ver que ella sonríe porque eso me quita un peso de encima. Intento buscarla con mi cuenta pero para sorpresa de nadie Maya me tiene bloqueado. Tampoco es que quiera darle importancia. Debería dejar de pensar en ella ahora que he conseguido lo que quería. Seguramente Maya tampoco quiera tener que ver conmigo, cosa que si pienso mejor no ha querido nunca.