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1332 Palabras
MAYA Como puedo saco el teléfono de mi bolso. Las cosas dentro están un poco mojadas pero gracias a Dios he metido mis papeles en una carpeta de plástico. Intento encender el móvil. Nada. Rebusco el mechero. —¿Te importa? Sacude la cabeza de lado a lado. Él está seco, sé que ha ido a recoger a Mary y Denver del instituto y por la hora que es seguramente venga de dejarlos en casa. Me mira, es de noche pero las luces de las farolas en la calle le alumbran la cara y le forman sombras de cansancio. Desde que he llegado, cada vez que lo veo me recuerda a un Goldern Retriever más que al perro de r**a peligrosa que era antes. Y no sé si me he subido en su coche por eso, o porque llevaba quince minutos en una parada de autobús sin batería en el móvil y con el ánimo por los suelos. Hoy ha sido el primer día en mucho tiempo que recuerdo a mi padre tan vivo haciendo algo tan contradictorio a como firmar papeles de una herencia por su muerte. —¿Quieres hablar de tu día de mierda? —me pregunta. —¿Por qué iba a querer hablar contigo de nada, Alex? —Porque creo que no fui tan malo contigo a como me recuerdas. —No me puedo creer que se crea con el derecho de quitarse responsabilidad—. Lo de que fui un gilipollas contigo y en general no me lo quita nadie, pero he estado pensando en lo que me dijiste. Yo nunca te encerré en ningún sitio, y lo de llamarte Bellotas no fue cosa mía. Y sé que eso no me quita culpa de seguirles las gracias a aquellos capullos. —Me empujaste dentro de un cuarto de la limpieza. —No lo hice. —¿Cómo puede estar tan seguro?—. Igual suena a que sigo siendo un gilipollas insensible pero no te hubiera hecho algo que sé que se siente tan mal. Cuando resoplo el humo se me escapa de los labios. He llegado a pensar que hablar de esto me liberaría, pero me está dando miedo. —Menuda gilipollez. La las luces largas del coche que alumbran una carretera secundaria. Casi me da un mini infarto al ver que no me lleva a casa. Soy consciente de como el cuerpo se me tensa y de cómo él me mira y alarga la mano de forma tranquila para apagar la radio. —Tranquila —dice como si eso sirviera de algo—. Conozco un sitio para fumar. —Te he dicho que me lleves a casa. La idea de que me asalten su resto de amigos me aterra. —Y te voy a llevar, solo estaremos un rato. Maya que no voy a hacerte nada. No sé si es por cómo lo dice pero aunque no me relaja mucho, tampoco salto del coche en marcha para bajar corriendo el mirador. Tira del freno de mano en una explanada de grava. Es un mirador y sé a que viene aquí la gente: a fumar y a tener sexo. En realidad nunca he subido antes y ahora con la lluvia aún se logra ver la ciudad con sus miles de luces encendidas. Pasamos un rato en silencio. Yo sigo apestándole el coche a hierba cuando de reojo veo la llama del mechero al encenderse él otro. —¿Te da miedo la oscuridad o los espacios pequeños? —pregunto. Alex jamás ha debido de saber lo mal que se siente que te intimide alguien y que te hagan la vida imposible. Él siempre ha sido el popular y perfecto Alex. Por eso he llegado a la conclusión. —La oscuridad —responde—. Desde pequeño. He podido hacerte muchas cosas porque no sabía como se sentían, pero eso sé que yo no he sido. Y te pido perdón por lo que yo te hice, pero no quiero cargar con lo que te hicieron otros. Ellos no se arrepienten, yo sí. ¿Por qué tiene que parecer tan sincero? Habla hasta como si le doliese hablar de ello. Le odié muchos años y ahora odio estar relajándome a su lado. Parece un estúpido Golden Retriever de pelo castaño. Suspiro. Alex suspira. Hablar de esto no mejora mi día porque otra cosa que odio es recordar el instituto. Vuelvo a intentar encender el móvil pero si no tenía batería hace cinco minutos ahora tampoco. —¿Tienes un cargador? —Eh... Déjalo aquí. —Aprieta la pantalla táctil del coche, una luz redonda se ilumina entre los asientos—. Es inalámbrico. No esperaba menos de su coche. Volvemos al silencio pero solo unos segundos largos. —Y siento haberte robado los trabajos de clase. De todas formas que me robaran los deberes era lo de menos porque yo no sacaba mis notas de aquello. —¿Puedes dejar de hablar de eso? Asiente, lo hace tan efusivo que parece que tiene un tic. —Sí. Lo siento, es que... —Se frota la cara con las manos, las tiene grandes y el porro parece un palillo entre sus dedos. —Da igual —corto. Diga lo que diga no ha dejado de repetir lo mismo: que lo siente—. Te perdono. Sí, le perdono por lo que me hizo. Eso no quiere decir que lo olvide, solo es que... le perdono. Así no insiste con el mismo tema, así me dejará en paz, así yo me libero un poco del rencor. Tras decirlo el coche se queda en completo silencio, el cigarro se me consume entre los dedos y lo tiro por la ventanilla antes de subirla. Mis palabras repentinas han hecho un efecto de silencio entre los dos que agradezco. Cuando él termina de fumar le pido que me lleve a casa. A fin de cuentas sólo quería que le perdonase y por primera vez en mi vida confío en que ha sido sincero. —Gracias —dice él cuando frena delante de casa—. Por perdonarme —aclara. Aprieto los labios porque no quiero decir "de nada" y que suene a como un acuerdo. Cojo mi teléfono y mi bolso. —Gracias por traerme. —Aunque en el fondo lo que más le agradezco es que haya sido sincero, y el cigarro. Sigue lloviendo así que me pongo una mano en la frente para que no se me mojen los ojos. —¡Eh! ¡Maya! —¿Y ahora qué? j***r. Clavo los pies a tres pasos de la puerta—. Pásate mañana por el taller, tu coche está listo y... Sacudo la mano. Genial. Al empujar la puerta de casa hago un charco a mis pies y mi madre se asoma por el marco de la cocina. Está medio enfadada. Habrá visto por la ventana quién me ha traído. No quiero ahora aguantar tampoco una charla y que me recuerde lo que Alex hizo, de todas formas no creo que hable de eso cuando Denver está sentado en el sofá haciendo deberes con Mary. —Voy a ducharme —anuncio—. Luego te cuento como ha ido con el abogado. Subo casi corriendo las escaleras, estoy a punto de dejarme los dientes contra el último escalón pero llego al baño de una pieza. Me quito el pelo de la cara y siento un alivio tremendo al ver que la máscara de pestañas a prueba de agua es real y no parezco un mapache. El psicólogo decía que era normal que quisiera que todo el mundo me viera perfecta porque era un trastorno de acomplejada lo que me crearon. Anna dice que soy súper guapa y que envidia mi cuerpo porque unos tíos que juegan al fútbol en la universidad una vez me silbaron y eso que iba toda sudada y desmaquillada. Ojalá yo pudiera ver la vida de la forma tan fácil que la ve Anna.
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