Comprender lo que realmente yo quería, darme cuenta de que mi padre siempre había tenido razón y decidir que quería una persona que se adaptara a mí y no una que tenga identidad propia y tan definida como tiene Letizia, me había permitido amarla como se merecía: sin lastimarla y en silencio.
¡Por fin podía amarla sin tener la necesidad de poseerla! Por fin podía acompañarla en sus alegrías y en sus tristezas, sin reclamos… Por fin me había dado cuenta lo mucho que la necesitaba trabajando conmigo en la empresa, donde hacíamos un excelente equipo y disfrutaba realmente de verla hacer lo que tanto le gusta y luchar hasta lograr los objetivos grupales. ¡Por fin podía ser feliz viéndola feliz!
¡Habíamos logrado ser felices juntos, pero separados!
Pero por supuesto que no había sido fácil, y tampoco lo era ahora… a pesar de que habían pasado tres largos años desde el día en que literalmente huí de su casa al no ser capaz de encontrar una solución a mis celos, había avanzado mucho pero, cada tanto, tenía mis altibajos y había días donde sentía que me faltaba algo en mi vida y la veía pasar por el pasillo cuando la puerta de mi oficina quedaba abierta.
Esos días simplemente solía levantarme de mi posición y caminar despacio hacia la puerta como intentando tomar coraje para decirle algo coherente, me recostaba sobre el marco y la miraba con atención mientras ella… ella estaba tan feliz dando indicaciones a sus colaboradoras y habiendo superado claramente todo lo que había pasado con nosotros… simplemente siendo ella misma, una mujer resiliente, feliz y empoderada que es capaz de vivir el aquí y el ahora.
Esa situación era tan frecuente que, por momentos, me sentía un fracasado y al salir de la oficina me iba a mi casa a llorar y a tratar de comprender por qué demonios fui tan idi. ota como para no darme cuenta de que entrar a trabajar a la empresa de mi familia no solo era un sueño sino una gran oportunidad para ella, y que no habría sido feliz conmigo jamás accediendo a dejar todo eso solamente por un capricho mío producido por mis celos infundados.
A veces y solo a veces, recuerdo que fui un i. di. ota incapaz de comprender lo que a ella realmente la hacía feliz, e incapaz de acompañarla en su felicidad y de aportar todavía más felicidad a su propia felicidad, como tantas veces había sido capaz de jactarme que hacía.
Había otros tantos días en los que necesitaba ir a su puerta y simplemente pedirle ingreso para abrazarla y de hecho, era lo que hacía en esos momentos. Y esa simple demostración de amor y cariño, me hacían sentir mejor aunque más no fuera por un rato.
Cuando la tenía cerca, me sentía bien, fuera la forma en la que fuera que nos vinculábamos.
Letizia
Desde la noche en que nos separamos yo hasta había logrado que ya no me afectaran los cambios de humor de Fabrizio, ni sus celos, ni los mensajes hirientes que me enviaba cuando algo no era como él deseaba que fuera… lo había logrado tanto que con el tiempo, todo comenzó a mejorar entre nosotros hasta conseguir una sana convivencia laboral y una muy bonita amistad, que era lo que yo más quería lograr pues lo aprecio muchísimo como ser humano y ni que hablar que como compañero de trabajo.
Al principio todo había sido muy difícil, pues él seguía comportándose de la misma manera que antes. Me ignoraba, aparecía a felicitarme cuando algo bueno sucedía y me enviaba mensajes con muchísimos reproches cuando me veía en lo que él creía, era una situación amorosa con otro hombre, porque siempre sucedía que cuando alguno de los funcionarios de la empresa se me acercaba para algo, aunque más no fuera para entregarme un documento o ayudarme con alguna cosa de la oficina, él se apartaba furioso o enviaba algún mensaje pues por su mente solamente pasaba que me estaban coqueteando y que yo les seguía la corriente… que podía ser posible o no pero, al final de cuentas, tampoco se encontraba en posición de reclamar en esos momentos. Nosotros ya no éramos un nosotros y por sus malas decisiones exclusivamente.
Muchas veces y casi como por instinto le contesté esos mensajes de reclamo que me enviaba. Sobre todo al principio, tratando de entenderlo y de lograr que cambiara ese pensamiento redundante basado solamente en los celos que sentía, y hasta por momentos reconozco que lo hice justificando sus actitudes. Realmente hubo momentos y muchos, en los que tratando de encontrar un por qué a lo que Fabrizio sentía llegué a sentirme un poco culpable, aun sabiendo perfectamente que no lo era, pues no había hecho otra cosa más que perseguir mis sueños.
Pero al poco tiempo todo cambió en mí. Y fue una tarde, luego de una noche luego de una fiesta en la empresa de unos socios, cuando llegué a mi límite.
Ese día me di cuenta que siempre que recibía sus mensajes de reclamos sentía que me agotaba, que perdía muchísima energía. Algo en mí se removía y de manera muy fuerte intentando explicarle cosas que solamente en su cabeza habían pasado de manera distinta. Así que simplemente, comencé a dejar pasar esos reclamos. Una y mil veces llegaban… una y mil veces no los respondía.
No fue fácil hacerlo, pero la cosa era bien simple: si seguía intentando detener su manera de entender la realidad solo iba a lograr abrir más una herida que iba a acabar conmigo y también con el respeto y el cariño que le tengo a Fabrizio.
Comprendí que poniendo un punto final a eso que quedaba de nuestra relación y que era el espacio donde él se sentía con el derecho a reclamar y yo respondía aspirando a cambiar ese pensamiento suyo… que intentando perdonar que pensara algo distinto a lo que realmente sucedía y quizás buscando una bonita amistad verdadera… solamente de esa manera podría lograr la felicidad plena, pues si no cerraba mis propias heridas, no sería feliz y por tanto, no podría sumar a la felicidad de las personas que me rodeaban y que me querían bien, ni de nadie que apareciera en mi vida en el futuro.