Capítulo 9. Mujeres.

2363 Palabras
Esa noche, luego de regresar a casa, no pudo dormir. Se sentía un tanto culpable y también algo desconcertado. Quiso saber más sobre el asunto, él no era precisamente alguien que se conformará con una información a medias, así que esa noche, se preparo un café y se sentó frente a su computadora portátil para conseguir lo que le hacía falta al rompecabezas qué sé estaba convirtiendo la imagen de Mariana, luego de escuchar a su psicóloga. Esa noche aprendió qué las personas que debían vivir con TDAH estaban condicionadas a un comportamiento similar qué consistía en dificultad para mantener relaciones emocionales al parecer indiferentes o despreocupadas. Sebastián entonces comprendió porque Mariana ni siquiera se fijaba en él o aparentemente no lo hacía, quizás no es que no le importará sino que hasta ese momento él no le había dado razones para fijarse en él. Entendio qué las personas con ese transtorno, tendían a la procrastinacion, lo que las demás personas podían entender como pereza, pero era una forma en como su cerebro trataba de asimilar una tarea, sin importar que fuese o no complicada. Sebastián trato de recordar si Mariana tendía a ser de esa manera, por el momento no le había dado ninguna señal de que ella sufriera ese síntoma, pero lo más cercano qué podía conectar ese comportamiento era el que ella se sentaba en ese árbol a leer. No supo decir si ese comportamiento era parte del tdah porque no tenia idea si estaba dejando una tarea pendiente mientras leía. Los colapsos o crisis. Había escuchado que Mariana había faltado todo un mes a clases, el tdah podía explicar porque ella tendía a dejar todo mientras estaba sufriendo una crisis, aunque en ningún artículo en Internet mencionaba qué esas crisis podían durar semanas. Tuvo sus dudas respecto a eso y se preguntó si lo que había dicho la señorita Olivia tenía algo que ver con el estrés postraumático. Pensar en eso le hizo doler la cabeza, no quería si quiera imaginar lo que Mariana había tenido qué sufrir para terminar de esa forma, por lo que decidió, por su paz mental, meterse.la ducha y luego dormir. Ese fin de semana se sintió extraño, muy pensativo y decidido a dejar su pequeño capricho, buscar una nueva presa, una que no fuera vulnerable emocionalmente. En la oficina del poder judicial no encontró exactamente mujeres que lograrán atraerlo, no como lo había hecho Mariana la primera vez que lo vio. Esas mujeres eran bellas, algunas incluso más que Mariana, pero sus personalidades eran un fiasco, demasiado huecas y vacías. Eso lo frustró. Nunca había deseado a una mujer inteligente como lo era Mariana, de hecho las prefería así, tontas para poder jugar con ellas, un juego mental en donde la mayoría de las veces él ganaba y los sentimientos generalmente quedaban intactos tanto suyos como los de sus chicas, pero ninguna era lo suficiente para dejar el vacío qué Mariana estaba dejando. En la universidad estaba la psicóloga y Camila, dos tontas qué al final si habían caído en sus redes, pero aparentemente ambas creían ser su dueña. Finalmente llego el lunes. Tenía clase en el grupo de Mariana y cuando entro a su aula, la miró por un instante. Ella estaba distraída mirando su teléfono, nada del otro mundo, pero instintivamente suspiró mientras recordaba sobre la procrastinacion. ¿Estaría haciendo o solo estaba sobre pensando las cosas? Se alejó de ella y de su visión. No quiso verla, ni siquiera cuando empezó su clase se atrevió a mirar en su dirección. Quería a toda costa sacarla de su mente, que dejara de ser el objeto de sus deseos, el fruto prohibido qué no debía tocar si no quería condenarse. Cuando termino la clase se sintió aliviado, pero desgraciadamente, mientras caminaba por el pasillo, escucho su voz y su nombre siendo pronunciado por sus labios. Él se detuvo y al volver la mirada hacia ella, los músculos de su cuerpo se tensaron. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Desvió ligeramente la mirada cuando sus ojos se dieron cuenta lo que llevaba puesto. ¡Joder, se ve tan jodidamente, sexi! Pensó mientras trataba de calmarse. Ese día llevaba una minifalda negra, con medias oscuras y botas, además una blusa roja con un escote de corazón que, visualmente causaba qué su busto se viera más grande y llevaba gafas. No sabía si las necesitaba, pero que bien se veía con ellas. Sebastián no pudo evitar imaginar lo bien que se vería Mariana, sobre su escritorio, con las piernas abiertas lista para recibirlo, pero como un balde de agua fría, volvió la mirada cuando recordó lo que impedía qué empezará a seducirla. —¿Si—cuestiono Sebastián tratando de calmarse. Mariana entrecerro los ojos y lo estudio un momento. —¿Se encuentra bien, profesor?—finalmente pregunto y Sebastián guardo silencio un momento. Había leído qué personas como Mariana podía leer fácilmente el comportamiento de la gente, ver detalles que para otros eran desapercibidos. —Si. ¿Necesitaba algo, señorita Aguilar?—cuestiono Sebastián tratando de desviar el tema y aunque ella hizo un gesto qué él interpreto como molestia, al final ella asintió. —Solo quería preguntar si habrá clase él día de hoy. —Por supuesto, a la misma hora de siempre—expresó más calmado, aunque algo desconcertado de que ella preguntara de la nada. ¿Acaso empezaba a fijarse en él? Quiso descartar la idea inmediatamente, pero algo en su interior, se lo impidió. —Hasta entonces—dijo Mariana con una suave y tenue sonrisa. Sebastián se quedo parado a medio pasillo, desconcertado, como si un maldito luchador de lucha libre lo hubiera golpeado de imprevisto en el estómago. La sensación de que algo le molestaba en el estómago era tangible. Intento qué aquella tenue sonrisa no lo afectará, no tenia porque, no cuando él había decidido qué ya no pensaría en ella de forma lasciva, no. Para él debía ser otra alumna más. Llego a su oficina, estando solo finalmente pudo soltar un suspiro. Luego se acercó al pequeño refrigerador qué había venido con la oficina, saco un par de hielos y a pesar de que en la universidad no estaba permitido qué sé ingresará alcohol, él tenia una botella de whisky de la marca Ballantines qué le recordaba a su casa. Le quito la tapa a la botella y no dudo en servirse una buena cantidad, para controlar las extrañas palpitaciones de su pecho. Sentía que iba a estallar, pero... ¿Porqué? ¿Por esa estúpida sonrisa? Se negó a creer que Mariana era la razón por la que sentía que su corazón era un maldito caballo desbocado, así que se bebió el whisky de un solo trago, sintiendo como el alcohol le quemaba la carne en el interior de la garganta, quería sentir algo que no solo fuera excitación. Mientras se servía otro vaso de whisky, alguien llamo a la puerta, pero se sentía tan abrumado qué no hizo nada por ocultar qué estaba bebiendo. —Adelante—expresó mientras tapaba la botella y vertida otro hielo en el vaso para enfriar más rápido su bebida. Escucho la puerta de su oficina abrirse y luego el como la cerraban y de la nada colocaba el seguro interno. Luego de fruncir el ceño, se volvió y encontró a la señorita Olivia apoyada en la puerta. —¿Puedo ayudarla en algo?—dijo y por una fracción de segundos olvido como psicóloga escolar había chupado y la mido su m*****o como si su vida dependiera de ello. Cuando vio el brillo en sus ojos, supo que venía a reclamar lo que él había dejado pendiente. —¿Bebiendo entre clases, profesor Sallow?—su voz estaba llena de reto y seducción. Él tuvo que tragarme saliva un momento. Miró su vaso y se metió la mano al bolsillo de su pantalón para no mostrarse débil ante ella. Estaba empezando a odiar qué el simple hecho de pensar en Mariana, lo distrajera de las otras mujeres que iban detrás de él, ella lo volvía débil. —Lo necesitaba—respondió y rodeo su escritorio para tomar asiento y ofrecerle una silla a la señorita Olivia, pero ella, tal y como lo había intuido, lo ignoro cuando le señaló la silla y fue directamente a sentarse en su regazo. Sebastián la miró, algo sorprendido, pero no se la quito de encima ni la rechazo. —¿A que se debe esta encantadora visita?—sonrió con cierto descaro. Dejo sobre su escritorio su vaso con whisky y colocó su mano sobre sus muslos. Ella se acercó a sus labios y enseguida lo beso con ansias y desesperación, queriendo comérselo en ese beso pasional, pero Sebastián no era precisamente el hombre más romántico, de hecho los besos únicamente los ocupaba para seducir, pero jamás para follar y sabía que la señorita Olivia solo iba a reclamar lo que él le debía. —No tengo mucho tiempo—le susurro cuando se apartó de sus labios. —¿Ah, si?—respondió Sebastián con la voz entrecortada y la respiración agitada—entonces vayamos al grano. Súbitamente, la bajo de su regazo y la giro, acomodando su mano sobre su espalda para invitarla a apoyarse sobre el escritorio. Ella no hizo ninguna objeción, de hecho, separo bien las piernas, como si ya supiera que hacer en ese tipo de situaciones. Sebastián, desabrocho su cinturón y abrió la bragueta de su pantalón para sacar su virilidad. Estaba completamente erecto, listo para entrar en ella, así que bajo la mano por su larga pierna y subía la tela de su falda. La maldita traía puestas un par de medias nude qué sé acoplaba a su tono de piel, así que, aclarado por la excitación del momento, él tomo las medias agarrando las suavemente con un par de dedos, las comenzó a estirar hasta que sus dedos tuvieran más espacio y entonces las desgarro. El sonido de las medias fue brutal, pero ni guno de los dos se detuvo a contemplar como habían quedado, sino que Sebastián alzó sus bragas, eran de color verde esmeralda. La tela estaba ajustada a su pelvis. Se podía ver el con trono de su entrada gracias a que tenía una depilación general en toda la zona. Sebastián trago saliva y ya sin perder más tiempo, entro en ella. La pobre psicóloga dio un grito ahogado, al sentir una masa gruesa y dura entrada como una estocada. Se sintió atravesada, pero Sebastián tuvo la decencia de esperar un segundo antes de empujar y sacar, siguiendo un ritmo constante para generarse placer en el interior de ella. La señorita Olivia se aferró a la otra orilla del escritorio, tratando de soportar el ardor qué sentía porque Sebastián era demasiado grande para ella, no había conseguido qué su lubricante natural de su zona, la humedeciera lo suficiente para evitar problemas como un desgarro, pero técnicamente eso era lo que había pasado. Sebastián no tuvo consideración porque no estaban en el lugar adecuado y él, en términos de desear, no estaba en su mejor momento. Quería o mejor dicho, necesitaba sacarse de la mente a esa chica, pero tenia algo atorado en el pecho, quizás rabia o tal vez impotencia, no sabía exactamente qué era, pero Sebastián quería saber si de algún modo, ella había obtenido justicia por todo lo que le había pasado. Antes de terminar, saco un preservativos de su cajón, se lo puso y continuo con el procedimiento para intentar relajarse. La señorita Olivia finalmente pudo disfrutar un poco del momento, no había querido interrumpirlo para decirle que su forma de tener sexo le estaba causando problemas, pero con el lubricante del preservativos, sintió alivio. Cuando Sebastián termino, lucho para no dejar escapar un gemidos audible, hacia mucho que no sentía adrenalina en el cuerpo. Camila lograba excitarlo, pero hasta ese momento sintió qué al menos una muer cumplía levemente con sus estándares. —¿Estarás libre esta noche?—cuestiono la psicóloga mientras él iba al baño a quitarse el preservativos y lavarse las manos. Su pregunta lo impacto un poco. —Tengo clases con la señorita Aguilar—le informó. —¿Y después de eso?—continuo y su insistencia lo desconcertó, como odiaba qué las mujeres hicieran eso porque el sexo no significaba qué estuvieran saliendo o pretendían qué él ahora estaba obligado a una relación más formal. —Tengo algunos pendientes por hacer, así que técnicamente tengo la noche ocupada—mintió para que dejara de insistir. —¿Y mañana?—la escucho decir mientras se acomodaba bien la ropa antes de salir del baño. Su insistencia lo exaspero. —Rara vez salgo entre semana. Odio parecer un maldito zombie frente a mis alumnos—pronunció usando un tono de voz alto. La señorita no dijo nada, ni siquiera un suspiro. Sebastián creyó por un momento qué ella se habría rendido y se ha tía ofendido luego de no ceder a su petición, pero cuando salio del baño, ella seguía ahí, observando una de las pocas fotografías qué Sebastián había traido desde Escocia. —¿Quién es ella?—cuestiono mientras inspeccionaba la fotografía de una joven mujer de cabello marron y hermosa sonrisa. Eso fue la gota que derramó el vaso. Sebastián atravesó la habitación y le quito la fotografía de las manos para guardarla en el interior de uno de los cajones de su escritorio. —No es nadie qué te interese y por favor, no tomes mis cosas sin mi permiso, eso es de mala educación de donde yo vengo. Así que si no tienes ningúna otra razón para estar aquí, te pido por favor qué te vayas, yo también tengo que irme y únicamente me estás reteniendo. Olivia frunció el ceño ligeramente, trago saliva y se acomodo la falda antes de salir. El silencio qué hubo cuando Sebastián se quedo solo fue sepulcral, pero luego de un largo suspiró, sintió que la frustración desaparecía. Estaba enfadado, últimamente no hacía nada más que enojarse, pero ¿Por qué? ¿Porqué diablos las mujeres de ese maldito país lo exasperaban?
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