Capítulo 18.Oficina

1360 Palabras
Sebastián respiró profundamente antes de entrar al salón de clases. Ese día, le tocaba volver a ver a Mariana a primera hora del día, a las siete de la mañana. Nada en su rutina había cambiado, pero sabía que el trato de Mariana iba a cambiar y temía ver de qué modo lo haría. Abrió la puerta y encontró a Mariana sentada en su lugar de siempre, solo que no era la única alumna presente, por lo tanto, no podría hablar con ella de lo sucedido y explicarle, si es que podía encontrar una excusa para lo que sus ojos habían visto. Se sentó en su escritorio, en silencio, como un niño regañado, aunque algunos alumnos intentaron hablar con él, pronto descubrieron que él no estaba de humor y cuando eso sucedía, el ambiente a su alrededor se oscurecía y el silencio reinaba mientras él explicaba el tema del día. Eso sucedió y él trató de no ver a Mariana, por no orgullo o ego, sino por vergüenza y en cierto momento, mientras él trata de evitarla a toda costa, descubrió que ella lo miraba, pero no con interés, no a su clase, sino como si lo estuviera juzgando, aquello solo duro una pequeña fracción de segundo, pero cuando Mariana aparto la vista, lo hizo soltando un suspiro, como un último gesto antes de darse cuenta de quien era en verdad Sebastián. Solo un cerdo mujeriego. Eso lo destrozo, al punto de tener que tragar saliva, pero su garganta estaba seca, así que solo fingió hacerlo mientras se tragaba su orgullo. Para su desgracia, a mitad de la clase, alguien llamo a la puerta y al abrir la puerta, se trataba de Camila, quien había llegado tarde. La mandíbula de Sebastián se tensó al verla, no porque llevara un escote pronunciando o porque su falta dijera "Golfa" en cada tablón, sino porque al ver su rostro, no vio a una chica completamente desesperada por su atención, sino que recordó la expresión de Astrid al verlo con Camila arrodillada frente de él. Sebastián sintió asco, no solo de ella, sino de sí mismo, así que cerro la puerta en el rostro de Camila. Se dio media vuelta mientras volvía al centro del salón de clases, mientras la mitad de sus alumnos se reían de aquel extraordinario suceso, porque ningún otro profeso la había tratado de ese modo y claro, después del cómo Camila se había mostrado tan interesada y coqueta con el profesor Sallow, cualquiera habría intuido que entre los dos ya habría pasado más que solo una clase extra, pero con ese desplante de Sebastián también comenzaron los cuchicheos entre todos los que habían presenciado aquella descortesía, todos excepto, Mariana, quien a pesar de estar tan cerca de la puerta, tenía la mente en otro lugar, porque cualquier pensamiento, por absurdo que fuera, era mucho mejor que estar ahí. —Silencio—dijo Sebastián alzando la voz mientras escribía el siguiente tema que verían a continuación. Su voz sonó tan severa, que todo el mundo se quedó inmóvil y en silencio, porque él nunca se había mostrado estricto con ninguna clase. Sebastián había sido el tipo de profesor que convivía con sus alumnos sin salir del área de su clase, era amable y también carismático cuando se trataba de que sus alumnos aprendieran de él, porque Sebastián no era del tipo de profesor que se conformaba con enseñar, no, él, era el tipo de profesor al cual le satisfacía que su método de enseñanza era más que efectiva. La clase continuo sin más contratiempos, aunque sí se percibió una gran tensión por parte de Sebastián y luego de dos horas de clase, Sebastián finalmente despidió la clase, más no se fue de inmediato, él quería hablar con Mariana y espero el momento exacto para poder acercarse a ella, cuando se levantó de su lugar para estirar las piernas antes de la próxima clase. —Señorita Aguilar— su tono de voz cambio drásticamente, ya no sonaba severo, sino desanimado.— ¿Podría pasar a mi oficina al concluir sus clase, por favor? Mariana lo miro, más no con el mismo aire de respeto con la que lo había tratado y, por lo tanto, ni siquiera le respondió con palabras, pero sí asintió con la cabeza, pero sin ninguna expresión en el rostro porque desde su perspectiva, él no merecía un trato de su parte, al menos no sin una disculpa. Sebastián sintió el peso de su silencio, pero como todo un caballero que había fallado, lo acepto con la cara en alto y el orgullo por los suelos, siendo pisoteado por los dulces pies de Mariana, porque solo ella podía humillarlo sin decir ni una sola palabra e incluso si ella se atrevía a señalar su falta a la moral, él simplemente dejaría que lo hiciera, que su dedo lo apuntara como el maldito perro que era, porque incluso un insulto suyo, a esas alturas, era todo lo que él podía tener de ella. Sebastián fue a su siguiente y última clase, casi con el mismo humor, como si fuera solo una máquina y tuviera que moverse porque así se suponía que tenía que hacerlo, debia ponerse a trabajar y enseñar por muy mal que se sintiera y no físicamente sino moralmente. ¿Cómo podría vivir sabiendo que la única mujer por la que estaba casi obsesionado la había visto en una situación desfavorable? Cuando las clases terminaron, Sebastián se dirigió hacia su oficina y antes de abrir la puerta, respiro hondo porque aún no encontraba las palabras correctas para disculparse, sin embargo, al abrí la puerta, se encontró con Olivia, quien ya lo esperaba sentada con las piernas cruzadas al igual que sus brazos, como si estuviera enfadada. —¿Qué haces aquí?— dijo Sebastián mientras cerraba la puerta, estaba sorprendido, pero no molesto de verla. —Quiero hablar contigo, sobre lo nuestro—declaro y entonces Sebastián supo que tendría aún más problemas de lo que en ese momento podría soportar. —No creo que sea el sitio ni el momento adecuado para hablar sobre nosotros—indico Sebastián mientras dejaba su maletín sobre un archivero que estaba colocado cerca de la ventana. —Las clases ya terminaron, no veo el motivo por el cual no podamos hablar— dijo Olivia levantándose de su lugar y acercándose con seguridad para tocar el brazo de Sebastián, él inclinó la mirada hacia ella, tratando de contener ese deseo de echarla de su oficina, pero ya estaba harto de ese comportamiento tan misógino, así que se giró hacia ella para que Olivia pudiera colocar sus manos sobre su pecho, la miro como se observa a alguien que está por emprender un viaje y suspiro. —Olivia— dijo su nombre y tomo su rostro por la barbilla—yo no soy de este país, me iré pronto cuando termine el asunto que me trajo aquí. No puede haber un nosotros después de eso, soy de escocia, mi vida esta alla, no aquí. Olivia frunció el ceño, entre ofendida y disgustada, pero antes de que pudiera enunciar alguna palabra. Llamaron a la puerta y Sebastián miro hacia la puerta sabiendo quién podía ser. —Hablaremos más tarde sobre esto ¿Sí?—sugirió Sebastián. Olivia no dijo que sí, ni tampoco asintió con la cabeza, estaba tan destrozada por dentro que sintió que sí hablaba, las lágrimas saldría solas y no podría contenerlas, así que solo se dio la vuelta, tomo su bolso del escritorio de Sebastián y se dispuso a salir, pero al abrir la puerta se encontró con Mariana. Ambas se miraron, pero fue Mariana la única en sonreír e incluso la única en saludarla. —Buenas tardes, señorita Olivia.— expreso con una sonrisa natural, pero Olivia no dijo nada, se tragó su nudo en la garganta por orgullo, pero sí giro hacia Sebastián y le dirigió una mirada de reproche junto con una señal con su dedo medio aún por detrás de la puerta después de descubrir quien era su siguiente víctima o quizás que Sebastián en realidad la había utilizado a ella para llegar a Mariana.
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