Capítulo 4. Regalo de navidad

1700 Palabras
—Sí, ya me estoy levantando. Por favor, cállate de una vez —gruñe Milena, y tira al piso su reloj despertador, que no ha dejado de sonar incesantemente desde hace quince minutos. Apenas dan las cinco de la mañana, y casi no durmió nada, pero no tiene tiempo para pensar todo el día o estar acostada. Tiene una montaña de trabajo esperándola en la confitería y su cita con Luzio. Mientras se cepilla los dientes, contempla su reflejo en el espejo. Los recuerdos del sábado con Luzio y su propuesta vienen a su cabeza. «¿Qué te pasa, Mile?», chilla su mente. Sus hombros se tensan ante esa pregunta que no tiene respuesta segura para ella en estos momentos. Sacude la cabeza para despejarse y, tras escoger un vestido casual de su armario junto con un saco abrigado y botas a tono, se viste para ir a su local. Frente a la puerta principal, Sofía la recibe con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Ahora qué tramará? Milena estaciona su auto en el sitio que le corresponde y baja para enfrentar a la Santa Inquisición personificada, la cual es su amiga. Luego de que colgara abruptamente la llamada aquella noche, era evidente que ella iría con miles de preguntas rebozando de su boca. —¿Y tú qué? —pregunta Sofía, y agarra las llaves del local de sus manos para abrir ella misma. —¿Yo qué o qué? —Milena se hace la desentendida mientras se dirige hasta su diminuta oficina para dejar su cartera y volver a la cocina para mirar los pedidos que deben entregar hoy. Sofía la sigue de cerca y hace lo mismo que ella: deja sus cosas en su casillero y sostiene su delantal para unirse al trabajo antes de que las demás chicas lleguen. —No quieras poner esto difícil, amiga. ¿Cómo se llama? ¿Es guapo? ¿La tiene grande y gruesa? ¿Cuántos orgasmos tuviste? —¿De qué estás hablando, Sofía? ¿Te volviste loca? —Milena se atraganta con una pizca de glasé que agarró con su dedo para rectificar el sabor antes de decorar un pastel de bautismo que debe entregar antes de las siete de la mañana. —¿Con quién pasaste Nochebuena, Mile? No quieras evadir las preguntas. Es obvio que estabas con alguien. Por eso me cortaste la llamada. Además, no me enviaste ni un solo mensaje después de la llamada que tuvimos. Ambas sabemos que este día no es de tus favoritos y siempre necesitas apoyo emocional. —No es lo que piensas. —Milena saca el pan de la cámara frigorífica y empieza a decorar con mucha destreza—. Más bien no pasó nada de eso que estás pensando. Fue solamente un suceso que prefiero olvidar. —¿Quién es? —El vecino del departamento de al lado, el mismo que Roco había visitado la otra vez y ensució la alfombra de cincuenta y cinco mil. —¡¿Quééé?! —El grito de Sofía resuena en el solitario establecimiento a esta hora de la madrugada. Mile le hace la señal de silencio a la vez que ríe de su cara graciosa. —Cuéntame todo. ¿Cómo es? ¿Es tan guapo como Lupe dijo que es? ¿Cuántos años tiene? ¿Está casado? ¿Follaron? —Relaja la burra, Sofía. —Entorna los ojos ante las preguntas de su amiga. —Entonces cuéntame. Quiero saberlo todo. Me tienes muy ansiosa. ¿Qué pasó? —Digamos que me encontró en su departamento —Sofía ahoga un jadeo—, escondida en su armario —otro jadeo—, luego de entrar por la ventana que da al balcón y de dañar el sistema antirrobo del edificio. —¡Vaya! —Roco escapó nuevamente y ya sabes el resto. Hizo todo un desastre. Me quise morir. Nunca había sentido tanta vergüenza en mi vida, Sofí. —¿Entonces estuvo malo…? —No, al contrario, fue una bonita noche. Sofía nota la sonrisa que se extiende en la cara de su amiga, una que hace años no veía. ¿Acaso es lo que está pensando?. —Luzio es un hombre muy atento, caballeroso y… —¿Sexi? —En realidad, tenía otra palabra en mente, pero sí, también es sexi. —Milena vuelve a reír de su amiga—. Lo mejor es que prometió que no me iba a denunciar a la gerencia del edificio ni a Roco por el desastre que hicimos. Y también… —¿Y también qué? ¿Quedaron en salir alguna vez? —insiste Sofía. —No. No puedo… contarte nada ahora. Cuando tenga algo concreto, te diré. —Señala con el mentón—. Y, por favor, solo deja de mencionarlo. Necesitamos trabajar. Tenemos muchos pasteles y postres que entregar. Recuerda que debo salir dentro de un par de horas. Por supuesto que Sofía no deja de preguntar durante todo ese tiempo, tratando de averiguar algo más acerca de Luzio, pero su amiga no dice nada más de lo que ya ha dicho. Dentro de todo, Milena agradece la distracción para calmar esos nervios que le carcomen las entrañas. Exactamente a las ocho estaciona su auto en la vuelta de la esquina del edificio WGH y camina una cuadra. La mañana de diciembre es fría, y el toque de la brisa en su rostro la hace suspirar. Su estómago está hecho un nudo al pensar en la reunión con Luzio. Respira hondo y se dirige hacia la recepcionista. Sus manos tiemblan, y no precisamente del frío, sino lo que va a pasar entre ellos. Ha pasado demasiado tiempo desde que estuvo con un hombre. Lo intentó un par de veces después de la muerte de su novio con algunas citas casuales, pero no resultó como esperaba. Su mayor miedo es haber perdido práctica, estar allí y no saber qué hacer, decepcionarlo. Sin embargo, nada de eso importa ahora mismo. Se ha prometido a sí misma que, no importa lo que pase, es ella la que va a llevar el control de todo. Si no resulta como se espera, solo deberá volver a sus tratamientos en la clínica y listo. La recepcionista la hace pasar al piso veinte. El ascensor no le da tregua a sus nervios. A los pocos segundos, las puertas de metal se abren, y él está allí, esperándola. Maldición, es aún más atractivo de lo que Milena recordaba. Lo suficiente como para que ella no pueda resistirse a una rápida mirada hacia arriba y hacia abajo. El hombre es muy sexi. Luzio sonríe. Los ojos de Milena se levantan para reconocer los suyos. Se le revuelve el estómago ante todas las posibilidades que imaginó con él en menos de dos segundos. —Hola. —Hola, Milena. —Suena genuinamente contento de verla—. ¿Tuviste algún problema para encontrar el lugar? —No, solo tuve un poco de tráfico y también trabajo que entregar. Ya sabes. —Entremos. Mi abogado ya nos está esperando. Milena deja que él la dirija hasta la puerta. Su mano está en la parte baja de su espalda todo el camino. Cuando la puerta se abre, ella se sorprende aún más de lo lujosa que es, con decoraciones sobrias. Hay un hombre que aparenta la misma edad de Luzio sentado en uno de los asientos. —Eduardo, ella es Milena, la mujer de la que te hablé. —El hombre se levanta y le ofrece la mano—. Milena, él es mi amigo y abogado, Eduardo Moretti. —Es un placer conocerla, señorita Lewys. Por favor, tomemos asiento. Hay varios puntos que se deben aclarar lo antes posible. Todos se sientan y Eduardo comienza a explicar los puntos que conciernen al acuerdo. Hace las preguntas más importantes a cada uno e incluye todo en el contrato. Luzio renuncia a su derecho a la custodia, mientras que Milena, a la obligación de Luzio de proporcionar la manutención del hijo. Ambos están de acuerdo con la no revelación mutua. Eduardo es bastante meticuloso en cuanto a los puntos que incluye en el documento antes de que los dos estampen su firma en el lugar que les corresponde. —Mi trabajo ya está hecho aquí. —El abogado ordena los papeles en su maletín antes de levantarse—. Los dejaré solos ahora para que puedan conversar. Él se despide, y Luzio lo acompaña a la puerta. —Yo también debo irme. —Milena agarra su cartera—. Tengo una cita con la ginecóloga para una revisión ahora. —¿Allí sabrás cuándo estás ovulando? —En teoría, debo ovular dentro de estos días, pero la doctora debe confirmarlo. —Se sonroja al decirlo, y Luzio sonríe. —¿Quieres que te acompañe? —No es necesario. Te llamaré para avisarte. Luzio la lleva hasta su auto. Milena está tan nerviosa que le cuesta mantenerse en el límite de velocidad mientras conduce hacia el consultorio médico. La perspectiva de por fin tener un bebé hace que sus pensamientos vuelvan hacia Luzio, lo que solo mejora su estado de ánimo. Lo más importante es que hay algo en él que le inspira confianza. Llega al consultorio prácticamente vibrando con entusiasmo, hasta que la enfermera la llama hacia la sala de exámenes. —Hola de nuevo, Milena —saluda la doctora—. Los resultados de tu ultrasonido han sido muy prometedores. Los niveles hormonales están en el objetivo. Sin embargo, según tu último mensaje, has cambiado de opinión sobre la inseminación artificial. —Sí. He conseguido el donante. —Está bien, me alegra por ti. —La doctora hace una receta y se la entrega—. Necesitarás tener relaciones sexuales al menos una vez al día durante los próximos cuatro o cinco días… —¿Tantos días? La doctora suprime una sonrisa. —Sí, empezando desde hoy mismo. Te haremos una prueba de embarazo en dos semanas. El corazón de Milena revolotea en una combinación de nerviosismo y excitación. Después de querer esto durante tanto tiempo, por fin sucede. Pronto va a tener su propio bebé. ¿Es este algún tipo de regalo de Navidad?
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